martes, 14 de julio de 2009

Vacaciones (monólogo)

¡Llegaron las vacaciones! Y después de pensar a dónde podía ir con los pocos ahorros que tengo y las cientos de ilusiones y fantasías que lamentablemente los superan, termino encallando en la Costa Atlántica. ¡Adiós vacaciones en Brasil! que vengo posponiendo desde hace un par de años. ¡Adiós vacaciones en el sur! que después de haber hecho una escapada en vacaciones de invierno a Tandil, con una amiga fantaseamos ir a Neuquén e incluso en algún momento escalar el Aconcagua! Pero seamos realistas: para ir de mochilera, dormir a la intemperie, y morir de inanición, si es que antes no muero perdida en una montaña, prefiero ir a la ya tan conocida Costa Atlántica, que me garantiza unas vacaciones gasoleras y la posibilidad de ahorrar para otros emprendimientos, como la idea de comprar un departamento propio… Aunque si comparamos el proyecto con la experiencia vacacional, el depto de uno o dos ambientes en Belgrano o Colegiales, se va a transformar en una carpa en Villa Soldati. Pero bueno, soñar no cuesta nada…
Empiezan los preparativos: preparo el bolso para irme seis días a Santa Teresita. Sí, uno no elige una playa top como Punta del Este, Villa Gesell o Pinamar, con la excusa de que a uno le gustan los lugares más tranquilos y más familiares, pero la realidad es que uno termina yendo a su departamentito, con tal de ahorrarse la plata del hotel.
Aunque sólo vaya por seis días, en ese tiempo tengo que estar cómoda, y si no puedo elegir qué espectáculos disfrutar, a qué restaurante ir, siempre por el tan recurrente pensamiento: “mejor, quedate en casa y lo que ahorrás lo disfrutás de otra manera”; tengo que tener la posibilidad de elegir qué ponerme. Entonces en lugar de llevar lo mínimo indispensable, termino sentándome en el bolso para poder cerrarlo.
Después comienza el repaso mental: “puse el celular, puse ocho pares de jeans, veinticinco remeras, tres polleras…” porque, aunque soy una chica que prefiere el jean, es verano, y uno está en un lugar donde nadie lo conoce, o sea que puedo cambiar sin miedo al prejuicio, y ponerme la pollerita que en Capital nunca me pondría, e incluso combinarla con una remera amarilla, ojotas violetas, y rematarla con una vincha naranja, anulando el flequillo que tantos minutos de planchita y secador acumuló. Siguiendo con el listado mental, y muchas veces verbal, pienso no olvidarme las ojotas, indispensables para la playa, la ropa interior, indispensable para cualquier momento, la bikini, make-up, accesorios para el pelo, aritos, collares, pulseras, anillos, todo tipo de boludeces, que seguramente no voy a usar, pero que igual decido llevar con la ilusión de ir a alguna fiesta o a algún evento que lo amerite pero que sea gratuito, obviamente.
El problema es que a veces el repaso mental y/o verbal no es suficiente, y aunque se que sólo me estoy yendo seis días, y a sólo 350 km de distancia, necesito hacer una lista por escrito como si me estuviera yendo a la Polinesia por un año. De todas maneras, la lista por escrito es muy útil, porque así me acuerdo de las cosas indispensables que no incluí en el bolso por las otras cosas que creí indispensables (y que de todas maneras no pienso sacar!). Así me acuerdo del cargador del celular, que aunque se que probablemente nadie me va a llamar en vacaciones, porque a pesar de que te digan “nos mensajeamos y uno de estos días hacemos algo, te parece?”, en vacaciones uno se desconecta. Pero el celular no puede faltar porque me quiero desconectar, pero tampoco tanto! Por más que nadie me mande un mensajito, que se me acabe el crédito apenas baje del micro, que tenga que recurrir a una recarga miserable de $2, y que me rehúse a comprar una tarjeta y recargarlo (aunque sea por un par de días diciendo que no le voy a dar un centavo más a la compañía telefónica, es un hecho que cuando en la pantallita aparezca: “sólo por hoy carga una tarjeta de $40, te lo duplicamos, te llevas 300 mensajes de regalo, tenés 80 minutos para hablar, podes agrandar tus papas y llevarte un muñequito…” en ese mismo momento uno se olvida de todo, y, NO PODÉS NO RECARGAR!)
Después de poner el cargador, el DNI, la billetera, una gilette para depilarme (el eterno karma femenino!), shampoo, jabones, y el cepillo de dientes con su infaltable compañera: la pasta dental; me vuelvo a sentar sobre el bolso, lo cierro por enésima vez, pero siempre pensando que va a ser la definitiva. Ya está todo, no me olvidé de nada, solo hago un mínimo repaso, no mental o verbal, porque esta vez tengo la lista, solo tengo que tomar una lapicera y tickear todos los elementos, el único problema es que no encuentro ni la lista ni la lapicera, y se me va el tren!!!
Aunque sé que en general los trenes no andan a horario, quería llegar a esa hora a la estación, porque por algo perdí quince minutos buscando los horarios de los trenes, cuando esos minutos hubieran sido de gran ayuda en ese momento para encontrar la lista y la lapicera. No importa, confío en que está todo, no me falta nada. Bolso con infinidad de conjuntos en mano, cartera con cosas para comer en el micro en el hombro, mochila con apuntes de la facultad y libros para leer en la espalda (que aunque se que en solo seis días no voy a poder leer todo eso, quiero llevar variedad, quiero elegir qué leer, porque como dije antes, sino puedo elegir a dónde ir, qué espectáculos ver, en qué restaurantes comer, voy a elegir qué ropa ponerme y qué libros leer. Además, psicológicamente hablando, me hace sentir menos culpable, al menos la intención de leer la llevo conmigo). Sin poder caminar demasiado y tambaleando, pero agradeciendo que los 50 mts de pasillo que separan mi casa de la vereda solo tengan 80 cm de ancho, emprendo con entusiasmo los primeros pasos que me separan de mis vacaciones.
Llego a la vereda, y zas! Los pasajes! Menos mal que recuerdo haberlos puesto en la cartera antes de armar todo el bolso. Pero lo peor es que pasó taaaanto tiempo, que no puedo evitar preocuparme, y no voy a seguir avanzando para darme cuenta que no tengo los pasajes antes de subirme al micro. Suelto el bolso, me saco la mochila, y chequeo en la cartera, que aunque sea chica y sin compartimientos internos, el shampoo, el esmalte de uñas, el quita esmalte, el algodón y el protector solar, no me dejan encontrar los benditos pasajes. Después de unos minutos, los encuentro doblados en el fondo, y, sinceramente, no me reprocho haber demorado unos cinco minutos más, incluso me felicito a mí misma que siendo tan olvidadiza, esta vez no me olvidé nada. No llego al tren que pensaba tomar, ni siquiera llego al siguiente, pero fui precavida, y como quise llegar demasiado temprano a la Terminal, ahora voy a llegar “justo”, pero siempre utilizando una filosofía, y sabiendo que los otros dos trenes anteriores no eran para mí.
Me pongo la mochila, agarro el bolso, y empiezo a caminar. Mi casa solo queda a tres cuadras de la estación, en solo minutos voy a estar sentada en el tren, mirando por la ventana lo que veo todos los días cuando voy a trabajar, pero lo voy a mirar con otros ojos, con otro entusiasmo, porque se que en horas, voy a dejar de ver lo que veo todos los días para ver lo que veo todos los años en verano.
Llego a la estación, y antes de sacar mi boleto, dejo que la ancianita que llegó a la ventanilla al mismo tiempo que yo, saque el pasaje primero. La ancianita además de hablar con el boletero, saca un boleto de $0,80 con un billete de $100. Yo espero pacientemente porque: me voy de vacaciones. Cuando llega mi turno, el boletero me dice que no me puede cambiar un billete de $2 y cuando pregunto qué puedo hacer entonces, me contesta, que no tiene la menor idea, lo que sin enojarme interpreto como: “no te preocupes, sacá en destino.” Cualquier otro día su respuesta me hubiera enojado, pero hoy no, hoy no, porque me voy de vacaciones. Agarro el bolso nuevamente, mientras trato de guardar los $2 en el bolsillo, cuando veo que se me va el tren. En estaciones como Drago, Colegiales, Carranza para unos 10 minutos, no en Villa Pueyrredón; en Villa Pueyrredón, arranca al mismo tiempo que yo pienso si corro 100 mts y se me rompe el bolso, o si voy por el tunel y me rompo una pierna. El tren se me fue, y ya no puedo pensar en no enojarme porque empezaron mis vacaciones, en que ese tren no era para mí; ese tren sí era para mí, y lo perdí en frente mío, pocas cosas se pueden comparar con esa frustración, con esa bronca. Sigo caminando pensando que tengo 15 minutos de espera que podría haber utilizado para buscar la lista, o maquillarme. Pero en esos momentos pienso que hay cosas peores, como cuando uno corre el colectivo en medio de la lluvia, y el colectivero no te abre la puerta mientras que con el dedito te dice que no, y te señala la parada que tenés a 50 mts. Me dedico a mirar mi hermosa estación, y a despedirme de mi barrio por un par de días. Llega el tren, llega mi tren. Milagrosamente no se detiene ni en Drago, ni en Colegiales, ni en Carranza y llego a Retiro con 30 minutos para llegar caminando a la Terminal de Ómnibus. Llego a la Terminal sin problemas, porque ya nada más me puede pasar, creo que ya estoy más allá del bien y del mal, ya nada me afecta, y no me parece necesario contar, que aunque el boletero nunca está en Retiro, esta vez sí estaba, y yo trataba de explicarle porqué no tenía boleto mientras que intentaba pasar por el molinete, tampoco me parece necesario contar las veces que se me dio vuelta el bolso, el dolor de hombros que tenía por la mochila y el termo hirviendo que me tocaba las costillas, pero que valía la pena soportar para tomar unos mates en el micro. Llego a la Terminal, y ahora sólo tengo que buscar la plataforma y, obviamente, el micro no podía salir de las plataformas 1 a la 10, tenía que salir de la 40 a la 50, entonces tengo que seguir caminando tres cuadras más mientras se me cae la cartera, se me chorrea el agua del termo quemándome la pierna y las rueditas del bolso me golpean los talones, de todas maneras, todo lo hago con una sonrisa. Cuando finalmente llego a las plataformas, todavía tengo 10 minutos para que el micro salga, pero en esos 10 minutos no puedo estar en paz porque tengo que soportar un tsunami de estímulos visuales y auditivos. Trato de escuchar por qué plataforma sale mi micro pero solo puedo oír: “Transportes Plaza anuncia el arribo de… El Rápido Argentino anuncia la llegada de Misio… Plusmar anuncia el arribo de Mendo…” y el celular que no para de sonar, pero que no puedo encontrar en la cartera sin importar el mínimo tamaño de la misma y el hecho que no tenga compartimientos! Entonces cuando mi tolerancia auditiva colapsa, trato de fijarme en la pantalla electrónica por cuál de las 10 plataformas sale mi micro, hasta que desisto ya que después de analizar el significado de las abreviaturas descubro lo que tendría que haber sospechado desde un principio, que mi micro no aparece. Una vez que encuentro y apago el celular, escucho: “El Rápido Argentino anuncia su partida con destino a Mar de Ajo… desde la plataforma 45” ese es mi micro! Suben los bolsos, y cada vez estoy más cerca de relajarme… pero todavía no! Ahora tengo que pensar donde poner las etiquetas que te dan para saber de quién es cada bolso, y que al bajar del micro me lo devuelvan sin preguntarme vida y obra del bolso en cuestión y de su interminable contenido! Ahora sí, sólo con la cartera, la mochila, y el termo en mano, subo al micro, por la estrecha escalerita que me conduce al piso de arriba. Mientras busco mi asiento, le pego un mochilazo a la señora del asiento de al lado que, contrario a las expectativas de putearme como lo hubiera hecho cualquier otra persona en un colectivo de Capital, me sonríe y me saluda, ¿¿por qué?? Porque está de vacaciones y ya nada importa, uno cambia la onda, no importa a donde vayas, lo único que importa es escapar de Buenos Aires, escapar del ruido y el bullicio, del colectivero que no te dijo que te tenías que bajar hace 30 cuadras, del almacenero que te dio vuelta el cartelito de CERRADO justo cuando te diste cuenta que te faltaba azúcar, de las caras de los cientos de porteños que no se pueden ir de vacaciones o que volvieron al calor y trajín de la ciudad y te miran como si te odiaran. El micro arranca… oficialmente: ¡¡¡Adiós Buenos Aires!!!

1 comentario:

  1. Este monólogo lo escribí este año para un concurso de Metrovías. La consigna era escribir un monólogo teatral de no más de tres páginas, tema libre.

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