Era veintiuno de febrero, el día que cumplía mis tan esperados dieciocho años. Ese sería el último cumpleaños que compartiría con mi familia. Estaba tan cansada de vivir de esa manera, rodeada sólo de una felicidad artificial…
Teníamos dinero y tierras y más de una vez la gente hablaba de nosotros como el potencial gobierno. “no debes dar una mala impresión Susan, entonces por favor, sonreí,” mi madre me repetía cuando era una niña. Nunca me dejó jugar con otros niños, “Vos sos diferente Susan, debés estar donde están tus padres,” y para mi disgusto, mis padres siempre estaban en ceremonias de la alta sociedad. Mi cumpleaños no era la excepción: no era una íntima celebración, por el contrario, había mucha gente invitada (la mayoría que yo no conocía). Cada año era lo mismo, cada celebración era lo mismo. Todo era tan falso, tan artificial. Me preguntaba porque se seguían reuniendo si no se podían tolerar realmente. Pero, por supuesto, la respuesta era evidente, mantener las apariencias es importante para cierta gente, especialmente para los ricos.
La inmensa casa se dividía en “diferente secciones” durante la fiesta, cada una de las cuales tenía como objetivo principal criticar las otras. Altas mujeres en ajustados vestidos bebían champagne y reían irónicamente como si fueran damas, cuando eran sólo oportunistas que habían tomado por maridos a hombres ricos tratando de alcanzar así sus sueños de riqueza; sin saber que estaban desperdiciando su más preciado tesoro: su juventud. Hombres en elegantes trajes pretendían ser maridos fieles a sus esposas, quienes eran sólo escudos detrás de los cuales escondían sus amantes. Sus esposas tampoco eran fieles, pero ambos preferían seguir atados al otro sólo para afectar ese prestigio que tanto disfrutaban.
“Pobre gente,” pensé, “piensan que le mundo gira alrededor de ellos, pero la ambición y el engaño están escritos en sus caras.”
“¡Vamos Susan!” mi madre me gritó, “vamos a sacar una foto.” “Otra mentira, otra cortina cubriendo la verdad,” pensé. Me seguía preguntando si la cámara podría tomar la verdadera esencia del momento. Algunas personas dicen que una imagen vale más que mil palabras, sin embargo, las apariencias pueden ser engañosas. “¡Sonrían!” alguien gritó. Fue suficiente para hacernos sonreír de oreja a oreja.
Nadie estaba feliz de estar allí, pero la foto familiar debe haber sido una buena para agregar a la “colección de hipocresía.” Nunca pude verla porque dejé mi casa al día siguiente treinta años atrás.
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