Por una extraña coincidencia ella había decidido quedarse en mi departamento la noche que me fui. El que se haya matado con mi propia arma y que un manojo de ropas haya sido encontrado en mi armario fueron coincidencias también. Eso fue lo que le dije al juez. “Demasiadas coincidencias, ¿no cree?” fue lo que me contestó. No hubo ni una mínima duda en el veredicto final. No hay necesidad alguna de decir la sentencia que me dieron. Es mejor resignarse a saber que voy a estar acá lo suficiente como para no reconocer mi propia cara frente al espejo.
Ella debió haber sabido que iba a volver más tarde ese día. Ella lo sabía todo: el momento que me iba y el momento en que llegaba. Cuando llegué al departamento la encontré en un charco de sangre. Todo parecía haberse hecho recientemente. Estaba sosteniendo el arma con la mano derecha y yo no tuve mejor idea que levantarla. No sabía qué hacer. No había nada que hacer, era solo cuestión de minutos antes de que la policía llegara. Pusieron un arma en mi cabeza y me ordenaron que me tire al suelo. Podía sentir mis manos en las esposas temblando. Unas semanas después, me dijeron que habían encontrado su diario, donde decía que yo era el culpable de su muerte. Después su ropa ensangrentada fue hallada en mi placard. Ningún vecino pudo decir que yo no estaba en el departamento en el momento de su muerte, y que no lo había estado en las últimas diez horas.
Hasta ahora, no he podido encontrar una explicación convincente de porque lo hizo y probablemente nunca lo haré. Sin embargo, los hechos son los hechos Y mientras ella está en el cielo o en alguna otra parte, yo estoy aquí, en este oscuro agujero, por algo que no he hecho. Después de todo, solo había matado a su amante ese día. Nunca le hubiera hecho daño. Por lo menos, no estaba primera en la lista.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario