Egbert entró en la amplia sala oscura con el aire de quien no sabe si entra a un palomar o a un polvorín y viene preparado para ambas contingencias. No habían rematado la pequeña disputa doméstica sostenida durante el almuerzo, y ahora la cuestión era tantear hasta qué punto lady Anne estaba de humor para renovar o abandonar las hostilidades. Su postura en el sillón junto a la mesa de té era más bien elaborada y tiesa; y en la penumbra de la tarde decembrina los anteojos de Egbert no ayudaban gran cosa a discernir la expresión de su cara.
Para romper el hielo superficial que pudiera existir, Egbert dijo algo sobre lo tenue y místico de la poca luz. Alguno de los dos solía hacer esta observación entre las 4:30 y las 6 en las tardes de invierno y finales de otoño; hacía parte de su vida conyugal. Carecía de respuesta fija, y lady Anne no adelantó ninguna.
Don Tarquinio se encontraba tendido sobre la alfombra persa, calentándose a la lumbre del hogar con majestuosa indiferencia por el posible mal humor de lady Anne. Su pedigrí era tan intachablemente persa como la alfombra, y su pelaje entraba ya en el esplendor de un segundo invierno. El criado, que tenía inclinaciones renacentistas, lo había bautizado don Tarquinio. De ser por ellos, Egbert y lady Anne de seguro le habrían puesto Pelusa; pero no eran personas obstinadas.
Egbert se sirvió el té. Como nada indicaba que el silencio fuera a ser roto por iniciativa de lady Anne, se dispuso a realizar otro esfuerzo heroico.
-Lo que dije al almuerzo tenía intenciones puramente académicas -anunció- ; pero parece que le das un sentido innecesariamente personal.
Lady Anne continuó atrincherada en el silencio. El pinzón real llenó aquel vacío con una perezosa melodía de Iphigénie en Tauride. Egbert la reconoció al punto, puesto que era la única tonada que el pinzón sabía silbar, y les había llegado con fama de silbarla. Tanto Egbert como lady Anne habrían preferido algo salido de Terrateniente de la Guardia, la ópera favorita de ambos. En cuestiones artísticas tenían gustos similares. Se inclinaban por lo honesto y explícito en el arte: una lámina, por ejemplo, que pusiera una historia delante de los ojos, con la ayuda generosa del título. Un corcel de guerra sin jinete y con los arreos en patente desorden, que entra trastabillando a un patio lleno de pálidas mujeres al borde del desmayo, y con la anotación marginal de "Malas Nuevas", les sugería la clara lectura de algún desastre militar. No les costaba ver lo que quería comunicar y podían explicarlo a otros amigos de inteligencias más obtusas.
Persistía el silencio. Por regla general, los disgustos de lady Anne se volvían verbales y pronunciadamente desbocados tras cinco minutos de mutismo introductorio. Egbert tomó la jarra de leche y vertió parte de su contenido en el platillo de don Tarquinio. Como el platillo estaba lleno hasta el borde, el resultado fue un feo derrame. Don Tarquinio lo miró con sorprendido interés, que se desvaneció en una esmerada indiferencia cuando Egbert lo llamó a que lamiera algo del líquido rebosado. Don Tarquinio estaba dispuesto a desempeñar muchos papeles en la vida, pero el de aspiradora de alfombras no era uno de ellos.
-¿No crees que nos estamos comportando como un par de tontos? -dijo él de buen humor.
Si lady Anne pensaba igual, no lo expresó.
-Supongo que yo en parte he tenido la culpa -prosiguió Egbert, mientras se le iba evaporando el buen humor -. Mira, después de todo soy humano. Pareces olvidar que soy un ser humano.
Insistía en ello como si corrieran rumores infundados de que tuviese contextura de sátiro, con prolongaciones cabrunas donde la parte humana terminaba.
El pinzón volvió a entonar la melodía de Iphigénie en Tauride. Egbert se iba sintiendo deprimido. Lady Anne no bebía su té. Tal vez se sentía indispuesta. Pero cuando lady Anne se sentía indispuesta no solía ser reservada al respecto. "Nadie sabe lo que me hace sufrir la mala digestión" era una de sus afirmaciones favoritas. Ahora bien, esta ignorancia sólo podía deberse a oídos defectuosos: la información disponible sobre el tema habría suministrado material suficiente para una monografía.
Era evidente que lady Anne no se sentía indispuesta.
Egbert empezaba a creer que recibía un trato irracional; y, naturalmente, comenzó a hacer concesiones.
-Tal vez -observó, centrándose en la alfombra hasta donde se dignó permitirle don Tarquinio- toda la culpa ha sido mía. Estoy dispuesto a emprender una vida mejor, si con eso las cosas recuperan las buenas perspectivas.
Se preguntó vagamente cómo podría lograrlo. Ya entrado en años, las tentaciones le llegaban de modo vacilante y sin mucha insistencia, como un recadero de la carnicería que pide un aguinaldo en febrero con la débil excusa de que olvidaron dárselo en diciembre. No tenía más planes de sucumbir a ellas que de comprar las boas de piel y los cubiertos de pescado que algunas damas se ven forzadas a ofrecer con pérdida, mediante el expediente de las columnas de avisos, durante el año entero. Con todo, había algo impresionante en aquella espontánea renuncia a posibles monstruosidades soterradas.
Lady Anne no dio señas de estar impresionada.
Egbert la miró con inquietud a través de los espejuelos. Llevar la peor parte en una discusión con ella no era nada nuevo. Llevar la peor parte en un monólogo era una humillante novedad.
-Voy a cambiarme para la cena -anunció, con voz a la que pretendió dar una sombra de dureza.
En la puerta, un ataque postrero de debilidad lo impulsó a hacer un nuevo intento.
-¿No estamos siendo muy absurdos?
"¡Qué idiota!" fue el comentario mental de don Tarquinio cuando la puerta se cerró tras la retirada de Egbert; y luego alzó en el aire las aterciopeladas zarpas delanteras y saltó ágilmente a una estantería que estaba justo bajo la jaula del pinzón. Por vez primera parecía notar la existencia del pájaro, pero en realidad llevaba a efecto un viejo plan de ataque, madurado hasta la precisión. El ave, que se había creído una especie de déspota, se comprimió de súbito a un tercio de su porte normal, y echó a batir las alas desesperadamente y a emitir chirridos estridentes. Aunque había costado veintisiete chelines sin la jaula, lady Anne no dio señal de intervenir.
Hacía dos horas que estaba muerta.
martes, 28 de julio de 2009
lunes, 20 de julio de 2009
White Comedy

I waz whitemailed
By a white witch,
Wid white magic
An white lies,
Branded by a white sheep
I slaved as a whitesmith
Near a white spot
Where I suffered whitewater fever.
Whitelisted as a whiteleg
I waz in de white book
As a master of white art,
It waz like white death.
People called me white jack
Some hailed me as a white wog,
So I joined de white watch
Trained as a white guard
Lived off the white economy.
Caught and beaten by de whiteshirts
I waz condemned to a white mass,
Don't worry,I shall be writing to de Black House.
“El humor nos permite transformar en comedia la peor de las tragedias, y pintar una verdad sin anestesia.”
Con respecto a las expresiones “políticamente correctas”, Zephaniah pregunta abiertamente: ¿son correctas desde el punto de vista de quién?
Por ejemplo, en su poema White comedy, se vale de un recurso tan simple como infalible para demostrar la fuerte connotación peyorativa a la que suele estar asociada la palabra “negro”. ¿Cómo lo logra? Escribiendo “blanco” cada vez que debería decir “negro”. Así, al bajo mundo de ovejas, magias o listas “negras”, lo recrea en una versión inmaculada de ovejas, magias o listas “blancas”. Y rematando tales estrofas “en negativo” con un latigazo letal de causticidad: “No se preocupen, me voy a comunicar con la Casa Negra".
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Benjamin Zephaniah
Algo sobre Kafka...

“Mientras más sabés sobre su vida, más interesante es su trabajo. Kafka no era tan sólo un gran escritor, eran también un hombre extraordinario. ¿Alguna vez escuchaste la historia de la muñeca?”
“No que recuerde.”
“Ah. Entonces escucha atentamente. Te la ofrezco como la primera pieza de evidencia para respaldar mi posición.”
“No estoy seguro de que te siga.”
“Es muy simple. El objetivo es probar que Kafka era realmente un hombre extraordinario. ¿Por qué empezar con esta historia en particular? No lo sé. Pero desde que Lucy apareció ayer por la mañana, no he podido sacarla de mi cabeza. Debe haber una conexión en algún lugar. Todavía no he podido descubrir exactamente cómo, pero pienso que hay un mensaje en ella para nosotros, una especie de advertencia sobre como debemos actuar.”
“Demasiado preámbulo Tom. Sólo empieza y cuenta la historia”
Estoy divagando otra vez, ¿no? Este sol, todos estos coches, todo este correr a sesenta y setenta millas por hora. Mi cerebro está explotando, Nathan. Me siento recargado, listo para cualquier cosa.”
“Bien. Ahora dime la historia.”
“Está bien. La historia. La historia de la muñeca… Es el último año de la vida de Kafka, y se ha enamorado de Dora Diamant, una joven de diecinueve o veinte años quien se ha abandonado su familia Hasidic en Polonia y ahora vive en Berlín. Ella tiene la mitad de su edad, pero es ella la que le da coraje para abandonar Praga –algo que él ha querido hacer por años- y se convierte en la primera y la única mujer con la que ha vivido. Kafka llega a Berlín en el otoño de 1923 y muere a la siguiente primavera, pero esos últimos meses son probablemente los más felices de su vida. A pesar de su deteriorada salud. A pesar de las condiciones sociales en Berlín: escasez de comida, disturbios políticos, la peor inflación en la historia de Alemania. A pesar de saber que no le queda mucho en este mundo.
“Cada tarde, Kafka va a caminar por el parque -bastante a menudo, Dora va con él. Un día, se encuentran con una niña llorando desconsoladamente. Kafka le pregunta qué le pasa, y ella le dice que ha perdido su muñeca. Inmediatamente inventa una historia para explicarle lo que sucedió. ‘Tu muñeca se ha ido de viaje,’ le dice. ‘¿Cómo sabés eso?’ pregunta la nena. ‘Porque me ha escrito una carta,’ Kafka responde. La niña parece sospechar. ‘¿La tenés acá? pregunta. ‘No, lo lamento,’ dice, ‘me la olvidé en mi casa por error, pero te la traeré mañana.’ Él es tan convincente, que la niña ya no sabe que pensar. ¿Puede ser posible que este misterioso hombre esté diciendo la verdad?
“Kafka va directamente a su casa a escribir la carta. Se sienta en su escritorio, y mientras Dora lo observa escribir, nota la misma seriedad y tensión que demuestra al hacer su trabajo. No va a engañar a la niña. Esta es una tarea literaria, y está decidido a hacerlo bien. Si puede crear una hermosa y persuasiva mentira, va a convertir la pérdida de la niña en una realidad diferente –una falsa, tal vez, pero algo verdadero y creíble según las leyes de la ficción.
“Al día siguiente, Kafka vuelve al parque con la carta. La niña lo está esperando, y como todavía no ha aprendido a leer, él lee la carta en voz alta. La muñeca está muy triste, pero se ha cansado de vivir con la misma gente. No es que no ama a la pequeña niña, pero necesita cambiar de escenario, y por lo tanto deben separarse por un tiempo. La muñeca entonces le promete escribirle a la niña todos los días y mantenerla al tanto de sus actividades.
“Ahí es cuando la historia me rompe el corazón. Es increíble que Kafka se haya tomado la molestia de escribir una primera carta, pero ahora se compromete en el proyecto de escribir una carta por día –sin ninguna otra razón más que consolar a la niña, quien es una completa extraña para él, una niña que se encontró por accidente una tarde en el parque. ¿Qué clase de hombre hace una cosa como esa? Mantuvo su proyecto por tres semanas, Nathan. Tres semanas. Uno de los más brillantes escritores que ha vivido sacrificando su tiempo –su más preciado tiempo- para componer cartas de una muñeca perdida. Dora dice que escribió cada oración con una terrible atención al detalle, que la prosa sea precisa, divertida y absorbente. En otras palabras, era la prosa de Kafka, y cada día durante tres semanas iba al parque y le leía otra carta a la niña. La muñeca crece, va a la escuela, conoce otra gente. Le sigue diciendo a la niña todo el amor que siente por ella, pero le cuenta también de ciertas complicaciones en su vida que le hacen imposible volver a casa. De a poco, Kafka prepara a la niña para el momento en que la muñeca se desvanezca de su vida para siempre. Lucha para crear un final satisfactorio, preocupado de que si no lo logra, el hechizo mágico se romperá. Después de probar diferentes posibilidades, finalmente decide que la muñeca se va a cazar. Describe al joven de quien se ha enamorado, la fiesta de compromiso, la boda en el campo, incluso la casa donde la muñeca y su marido deciden vivir. Y luego, en la última línea, la muñeca se despide de su vieja y querida amiga.
“En ese momento, por supuesto, la niña ya no extraña a su muñeca. Kafka le ha dado otra cosa en su lugar, y al final de esas tres semanas, las cartas han curado su infelicidad. Ella tiene la historia, y cuando una persona es tan afortunada de vivir dentro de una historia, dentro de un mundo imaginario, los dolores de este mundo desaparecen. Mientras que la historia continúa, la realidad ya no existe.”
“No que recuerde.”
“Ah. Entonces escucha atentamente. Te la ofrezco como la primera pieza de evidencia para respaldar mi posición.”
“No estoy seguro de que te siga.”
“Es muy simple. El objetivo es probar que Kafka era realmente un hombre extraordinario. ¿Por qué empezar con esta historia en particular? No lo sé. Pero desde que Lucy apareció ayer por la mañana, no he podido sacarla de mi cabeza. Debe haber una conexión en algún lugar. Todavía no he podido descubrir exactamente cómo, pero pienso que hay un mensaje en ella para nosotros, una especie de advertencia sobre como debemos actuar.”
“Demasiado preámbulo Tom. Sólo empieza y cuenta la historia”
Estoy divagando otra vez, ¿no? Este sol, todos estos coches, todo este correr a sesenta y setenta millas por hora. Mi cerebro está explotando, Nathan. Me siento recargado, listo para cualquier cosa.”
“Bien. Ahora dime la historia.”
“Está bien. La historia. La historia de la muñeca… Es el último año de la vida de Kafka, y se ha enamorado de Dora Diamant, una joven de diecinueve o veinte años quien se ha abandonado su familia Hasidic en Polonia y ahora vive en Berlín. Ella tiene la mitad de su edad, pero es ella la que le da coraje para abandonar Praga –algo que él ha querido hacer por años- y se convierte en la primera y la única mujer con la que ha vivido. Kafka llega a Berlín en el otoño de 1923 y muere a la siguiente primavera, pero esos últimos meses son probablemente los más felices de su vida. A pesar de su deteriorada salud. A pesar de las condiciones sociales en Berlín: escasez de comida, disturbios políticos, la peor inflación en la historia de Alemania. A pesar de saber que no le queda mucho en este mundo.
“Cada tarde, Kafka va a caminar por el parque -bastante a menudo, Dora va con él. Un día, se encuentran con una niña llorando desconsoladamente. Kafka le pregunta qué le pasa, y ella le dice que ha perdido su muñeca. Inmediatamente inventa una historia para explicarle lo que sucedió. ‘Tu muñeca se ha ido de viaje,’ le dice. ‘¿Cómo sabés eso?’ pregunta la nena. ‘Porque me ha escrito una carta,’ Kafka responde. La niña parece sospechar. ‘¿La tenés acá? pregunta. ‘No, lo lamento,’ dice, ‘me la olvidé en mi casa por error, pero te la traeré mañana.’ Él es tan convincente, que la niña ya no sabe que pensar. ¿Puede ser posible que este misterioso hombre esté diciendo la verdad?
“Kafka va directamente a su casa a escribir la carta. Se sienta en su escritorio, y mientras Dora lo observa escribir, nota la misma seriedad y tensión que demuestra al hacer su trabajo. No va a engañar a la niña. Esta es una tarea literaria, y está decidido a hacerlo bien. Si puede crear una hermosa y persuasiva mentira, va a convertir la pérdida de la niña en una realidad diferente –una falsa, tal vez, pero algo verdadero y creíble según las leyes de la ficción.
“Al día siguiente, Kafka vuelve al parque con la carta. La niña lo está esperando, y como todavía no ha aprendido a leer, él lee la carta en voz alta. La muñeca está muy triste, pero se ha cansado de vivir con la misma gente. No es que no ama a la pequeña niña, pero necesita cambiar de escenario, y por lo tanto deben separarse por un tiempo. La muñeca entonces le promete escribirle a la niña todos los días y mantenerla al tanto de sus actividades.
“Ahí es cuando la historia me rompe el corazón. Es increíble que Kafka se haya tomado la molestia de escribir una primera carta, pero ahora se compromete en el proyecto de escribir una carta por día –sin ninguna otra razón más que consolar a la niña, quien es una completa extraña para él, una niña que se encontró por accidente una tarde en el parque. ¿Qué clase de hombre hace una cosa como esa? Mantuvo su proyecto por tres semanas, Nathan. Tres semanas. Uno de los más brillantes escritores que ha vivido sacrificando su tiempo –su más preciado tiempo- para componer cartas de una muñeca perdida. Dora dice que escribió cada oración con una terrible atención al detalle, que la prosa sea precisa, divertida y absorbente. En otras palabras, era la prosa de Kafka, y cada día durante tres semanas iba al parque y le leía otra carta a la niña. La muñeca crece, va a la escuela, conoce otra gente. Le sigue diciendo a la niña todo el amor que siente por ella, pero le cuenta también de ciertas complicaciones en su vida que le hacen imposible volver a casa. De a poco, Kafka prepara a la niña para el momento en que la muñeca se desvanezca de su vida para siempre. Lucha para crear un final satisfactorio, preocupado de que si no lo logra, el hechizo mágico se romperá. Después de probar diferentes posibilidades, finalmente decide que la muñeca se va a cazar. Describe al joven de quien se ha enamorado, la fiesta de compromiso, la boda en el campo, incluso la casa donde la muñeca y su marido deciden vivir. Y luego, en la última línea, la muñeca se despide de su vieja y querida amiga.
“En ese momento, por supuesto, la niña ya no extraña a su muñeca. Kafka le ha dado otra cosa en su lugar, y al final de esas tres semanas, las cartas han curado su infelicidad. Ella tiene la historia, y cuando una persona es tan afortunada de vivir dentro de una historia, dentro de un mundo imaginario, los dolores de este mundo desaparecen. Mientras que la historia continúa, la realidad ya no existe.”
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Paul Auster.,
The Brooklyn Follies
Letter from a kite
La consigna era imaginar que Kafka quiere ayudar a otro niño que ha perdido algo preciado y escribir una carta personificando ese objeto. Como originalmente fue escrito en inglés, publico la versión original y también la traducción.

Dear Kate,
I know that going to the park without me has not been the same. I also miss you. I will never forget that you were the one who gave me life. If it weren’t for you, I would just be pieces of paper and string. You made me what I am, a beautiful kite. You taught me how to fly and I will always treasure in my heart those afternoons that we spent together.
However, I am sorry to let you know that my mornings were rather depressing. I never understood why your mummy did not want you to take me to school (I personally believe that it would have been great fun!) The early hours of the day were really dull without you. At least, during summer, time seemed to go faster as I imagined the fantastic adventures we were going to share. But rainy mornings really filled me with a you-are-going-to-stay-here-the-whole-day sensation.
Anyway, let’s talk about the most delightful moment (both for you and me). Your arrival from school! There I was, lying on your bedside table, peeping through the window … And all of a sudden, you stormed into the room and caught me by my string. Both of us were ready to go and have fun.
I must admit that my trip to the park was not the way I planned it to be. I could picture you hopping along the street holding me with your hand while I was flying right beside you.. Instead, I was trapped inside a bag together with a chubby teddy-bear. However, everything was forgiven when you set me free. You held my string tightly around your fist and there I was, flying through the sky. I could see the clouds, the sun and, what I loved most, the birds (don’t tell this to anyone but … I sometimes even pretended to be one of them). Being free meant so much to me that, little by little, I started growing my own set of wings. Nevertheless, I always enjoyed your company and I was afraid of flying alone. It took me a long time to do what I did that afternoon. I want you to know that you did not lose me, Kate, I just plucked up courage and spread my wings.
I have traveled so much, I have seen so many shapes of clouds and I have talked to so many birds, it’s magical up there Kate! (I have even learnt to appreciate rainy days, can you believe it?)
Thanks for teaching me how to fly,
Yours always, your kite.
I know that going to the park without me has not been the same. I also miss you. I will never forget that you were the one who gave me life. If it weren’t for you, I would just be pieces of paper and string. You made me what I am, a beautiful kite. You taught me how to fly and I will always treasure in my heart those afternoons that we spent together.
However, I am sorry to let you know that my mornings were rather depressing. I never understood why your mummy did not want you to take me to school (I personally believe that it would have been great fun!) The early hours of the day were really dull without you. At least, during summer, time seemed to go faster as I imagined the fantastic adventures we were going to share. But rainy mornings really filled me with a you-are-going-to-stay-here-the-whole-day sensation.
Anyway, let’s talk about the most delightful moment (both for you and me). Your arrival from school! There I was, lying on your bedside table, peeping through the window … And all of a sudden, you stormed into the room and caught me by my string. Both of us were ready to go and have fun.
I must admit that my trip to the park was not the way I planned it to be. I could picture you hopping along the street holding me with your hand while I was flying right beside you.. Instead, I was trapped inside a bag together with a chubby teddy-bear. However, everything was forgiven when you set me free. You held my string tightly around your fist and there I was, flying through the sky. I could see the clouds, the sun and, what I loved most, the birds (don’t tell this to anyone but … I sometimes even pretended to be one of them). Being free meant so much to me that, little by little, I started growing my own set of wings. Nevertheless, I always enjoyed your company and I was afraid of flying alone. It took me a long time to do what I did that afternoon. I want you to know that you did not lose me, Kate, I just plucked up courage and spread my wings.
I have traveled so much, I have seen so many shapes of clouds and I have talked to so many birds, it’s magical up there Kate! (I have even learnt to appreciate rainy days, can you believe it?)
Thanks for teaching me how to fly,
Yours always, your kite.
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Florencia Sánchez
Carta de un barrilete
Querida Kate:
Se que ir al parque sin mi no ha sido lo mismo. Yo también te extraño. Nunca me voy a olvidar que vos fuiste la que me dio vida. Si no fuera por vos, solo sería pedazos de hilo y papel. Vos me hiciste lo que soy, un hermoso barrilete. Me enseñaste a volar y siempre voy a atesorar en mi corazón esas tardes que pasabamos juntos.
Sin embargo, lamento decirte que mis mañanas eran bastante deprimentes. Nunca entendí porque tu mama no te dejaba llevarme al colegio (¡personalmente creo que hubiera sido muy divertido!). Las primeras horas del día eran realmente aburridas sin vos. Por lo menos, en verano, el tiempo parecía pasar más rápido cuando imaginaba las fantásticas aventuras que compartiríamos. Pero las mañanas de lluvia realmente me llenaban de esta sensación: “te vas a quedar acá todo el día”.
De todas maneras, hablemos del momento más lindo (para los dos): ¡tu llegada a casa del colegio! Allí estaba, recostado en tu mesita de luz, espiando por la ventana… Y de repente, irrumpías en la habitación y me agarrabas del piolín. Los dos estábamos listos para irnos y divertirnos juntos.
Debo admitir que el viaje al parque no era de la forma que yo lo había planeado. Yo te podía imaginar saltando por la vereda agarrándome con tu mano mientras volaba al ladito tuyo. Pero no era así, y estaba atrapado en una bolsa con un osito regordete. Sin embargo, todo lo olvidaba cuando me dabas libertad. Tomabas mi cuerda fuertemente alrededor de tu muñeca y allí estaba, volando por el cielo. Podía ver las nubes, el sol, y lo que más amaba, los pájaros (no le digas esto a nadie pero… a veces simulaba ser uno de ellos). Ser libre significaba tanto para mí que, de a poquito, empezaron a crecer mis propias alas. Pero siempre disfruté de tu compañía y me daba miedo volar solo. Me llevó mucho tiempo hacer lo que hice esa tarde. Sólo quiero que sepas que no perdiste Kate, solamente tomé coraje y abrí mis alas.
He viajado tanto, he visto tantas formas de nubes y he hablado con tantos pájaros, ¡es realmente mágico allá arriba Kate! (Hasta he llegado a apreciar los días de lluvia, ¿lo podés creer?)
Gracias por haberme enseñado a volar,
Siempre tuyo, tu barrilete.
Se que ir al parque sin mi no ha sido lo mismo. Yo también te extraño. Nunca me voy a olvidar que vos fuiste la que me dio vida. Si no fuera por vos, solo sería pedazos de hilo y papel. Vos me hiciste lo que soy, un hermoso barrilete. Me enseñaste a volar y siempre voy a atesorar en mi corazón esas tardes que pasabamos juntos.
Sin embargo, lamento decirte que mis mañanas eran bastante deprimentes. Nunca entendí porque tu mama no te dejaba llevarme al colegio (¡personalmente creo que hubiera sido muy divertido!). Las primeras horas del día eran realmente aburridas sin vos. Por lo menos, en verano, el tiempo parecía pasar más rápido cuando imaginaba las fantásticas aventuras que compartiríamos. Pero las mañanas de lluvia realmente me llenaban de esta sensación: “te vas a quedar acá todo el día”.
De todas maneras, hablemos del momento más lindo (para los dos): ¡tu llegada a casa del colegio! Allí estaba, recostado en tu mesita de luz, espiando por la ventana… Y de repente, irrumpías en la habitación y me agarrabas del piolín. Los dos estábamos listos para irnos y divertirnos juntos.
Debo admitir que el viaje al parque no era de la forma que yo lo había planeado. Yo te podía imaginar saltando por la vereda agarrándome con tu mano mientras volaba al ladito tuyo. Pero no era así, y estaba atrapado en una bolsa con un osito regordete. Sin embargo, todo lo olvidaba cuando me dabas libertad. Tomabas mi cuerda fuertemente alrededor de tu muñeca y allí estaba, volando por el cielo. Podía ver las nubes, el sol, y lo que más amaba, los pájaros (no le digas esto a nadie pero… a veces simulaba ser uno de ellos). Ser libre significaba tanto para mí que, de a poquito, empezaron a crecer mis propias alas. Pero siempre disfruté de tu compañía y me daba miedo volar solo. Me llevó mucho tiempo hacer lo que hice esa tarde. Sólo quiero que sepas que no perdiste Kate, solamente tomé coraje y abrí mis alas.
He viajado tanto, he visto tantas formas de nubes y he hablado con tantos pájaros, ¡es realmente mágico allá arriba Kate! (Hasta he llegado a apreciar los días de lluvia, ¿lo podés creer?)
Gracias por haberme enseñado a volar,
Siempre tuyo, tu barrilete.
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Florencia Sánchez
jueves, 16 de julio de 2009
Ensayo
La muerte de la polilla (1942)

Las polillas que vuelan de día no son bien llamadas polillas; ellas no excitan ese agradable sentido de las noches oscuras de otoño y esa hiedra florecida que las más comunes posteriores alas amarillas adormecidas en la sombra de la cortina nunca fallan en despertar en nosotros. Son criaturas híbridas, ni alegres como las mariposas ni sombrías como las de su propia especie. Sin embargo el presente espécimen, con sus delgadas alas color heno, bordeadas por hilos del mismo color, parecía estar lleno de vida. Era una mañana agradable, de mediados de septiembre, apacible, benigna, pero con un aire más entusiasta que ese de los meses de verano. El arado ya estaba marcando el campo opuesto a la ventana, y donde ya había estado, la tierra estaba plana y resplandecía con humedad. Tanto vigor venía desde los campos y del plumaje que era difícil mantener los ojos estrictamente en el libro. Los cuervos también estaban dando una de sus festividades anuales; elevándose alrededor de las copas de los árboles hasta que parecía como si una vasta red con miles de nudos negros en ella hubiera sido arrojada al aire; la cual, después de unos breves momentos se hundía lentamente sobre los árboles hasta que cada rama parecía tener un nudo en la punta. Después, de repente, la red era arrojada en el aire nuevamente en un círculo más ancho esta vez, con el sumo clamor y vociferación, como si ser arrojado al aire y caer lentamente sobre las copas de los árboles fuera una experiencia tremendamente excitante.
La misma energía que inspiraba a los cuervos, los hombres arando, los caballos, e incluso, parecía, las libres desnudas colinas, envió a la polilla volando de lado a lado en el cuadrado de la ventana. Uno no podía evitar mirarlo. Uno, estaba, realmente, conciente de un extraño sentimiento de pena por él. Las posibilidades de placer parecían, esa mañana, tan enormes y tan amplias que sólo cumplir en la vida el rol de una polilla, y tener un día para serlo, parecía un duro destino, y su entusiasmo por disfrutar sus escasas oportunidades al máximo, patético. Voló vigorosamente desde un rincón del compartimiento, y, después de esperar allí un segundo, voló hacia el otro. ¿Qué quedaba para él más que volar a un tercer rincón y luego a un cuarto? Eso era todo lo que podía hacer, a pesar del tamaño de las colinas, lo vasto del cielo, el humo de las casas a lo lejos, y la romántica voz, de vez en cuando, de un barco en el mar. Lo que podía hacer lo hacía. Verlo, parecía como si una fibra, muy fina pero pura, de la enorme energía del mundo había sido encerrada en su frágil y diminuto cuerpo. Cuando cruzaba el panel de vidrio, me imaginaba que un hilo de vital luz se volvía visible. Era pequeño o nada pero vida. Pero, como era tan pequeño, y una forma tan simple de la energía que rodaba por esa ventana abierta y abriéndose camino a través de tan delgados e intrincados corredores en mi propia mente y en las de otros seres humanos, había algo maravilloso como patético acerca de él. Era como si alguien hubiera tomado una diminuta cuenta de pura vida y decorándolo lo más suavemente posible con plumón y plumas, la había hecho danzar y zigzaguear para mostrarnos la verdadera naturaleza de la vida. Así expuesto uno no podía recuperarse de la extrañeza del mismo. Uno puede olvidarse todo de la vida, viéndola acarreada y manejada y decorada y arrastrada que tiene que moverse con gran prudencia y dignidad. Otra vez, el pensar lo que toda esa vida podría haber sido si hubiera nacido en otra forma le hacía a uno ver sus simples actividades con cierta lástima.
Después de un tiempo, cansado del baile aparentemente, se apoyó en el pie de la ventana en el sol, y, el extraño espectáculo terminado, me olvide de él. Luego, mirando hacia arriba, mi vista fue atraída por él. Estaba tratando de continuar su baile, pero parecía o tan rígido o tan extraño que sólo podía volar al pie de la ventana; y cuando trataba de volar a través de ella fracasaba. Decidida a hacer otras cosas miré estos inútiles intentos por un tiempo sin pensar, inconcientemente esperando que él retome su vuelo, como uno espera que una máquina, que ha parado momentáneamente, empiece nuevamente sin considerar la razón de su fracaso. Después de tal vez el séptimo intento se resbaló del anaquel de madera y cayó, batiendo sus alas, sobre su espalda. La impotencia de su actitud me sorprendió. Se me ocurrió que estaba en dificultades; ya no se podía parar; sus patas luchaban inútilmente. Pero, cuando alcancé un lápiz, tratando de ayudarlo a levantarse, me di cuenta que el fracaso y la extrañez eran el acercamiento de la muerte. Dejé el lápiz otra vez.
Las patas de agitaban una vez más. Miré buscando el enemigo contra el cual luchaba. Miré afuera. ¿Qué había sucedido allí? Aparentemente era el mediodía, y el trabajo en los campos había cesado. Tranquilidad y silencio habían reemplazado la previa animación. Los pájaros se habían ido a alimentarse en los riachos. Los caballos estaban quietos. Pero el poder estaba allí de todas maneras, masificado afuera, indiferente, impersonal, sin atender nada en particular. De alguna manera era lo contrario a la polilla color heno. Era inútil tratar de hacer algo. Uno sólo podía ver los extraordinarios esfuerzos hechos por sus diminutas patas contra la inevitable fatalidad que podía, si lo hubiera elegido, haber sumergido la ciudad entera, no meramente una ciudad, sino masas de seres humanos; nada, yo sabía, tenía una oportunidad contra la muerte. Sin embargo, después de una pausa de cansancio, sus patas se movieron nuevamente. Fue magnífica esta última protesta, y tan frenética, que pudo finalmente pararse. Las simpatías de uno, naturalmente, estaban del lado de la vida. También, cuando no había nadie que le importara o que supiera, este esfuerzo gigantesco de una insignificante polilla, contra un poder de tal magnitud, tratando de retener lo que ninguno más valoraba o deseaba conservar, lo conmovía a uno de manera extraña. Otra vez, de alguna manera, uno veía la vida, una pura cuenta. Levanté el lápiz otra vez, en vano como sabía. Pero incluso cuando lo hice, las inconfundibles expresiones de la muerte se revelaron. El cuerpo relajado, e instantáneamente, rígido. La lucha se había terminado. La insignificante pequeña criatura ahora conocía la muerte. Al mirar a la polilla muerta, este diminuto triunfo de una fuerza tan grande sobre un antagonista tan débil me llenaba de sorpresa. Como la vida había sido extraña unos minutos antes, de la misma forma la muerte era ahora extraña. La polilla habiéndose parado ahora descansaba decentemente y serena sin queja alguna. O si, parecía decir, la muerte es más fuerte que yo.
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"The death of the moth" (Virginia Woolf)
martes, 14 de julio de 2009
El hombre de piedra

Es una noche como aquella. Un cielo oscuro, cubierto de nubes, y las gotas que caen sobre el asfalto y sobre mi rostro son mi única compañía. Las sombras me enceguecen, invaden mi cuerpo, como invadieron mi alma aquella vez.
Camino por Avenida Pueyrredón, a paso lento, mirando sin mirar. Sólo tengo un destino, un camino, el mismo que recorro cada noche. Las gotas frías se deslizan por mis mejillas, pero yo no siento nada. Es la sensación más cercana que tengo al llanto. Cargo el peso de mis culpas sobre mi espalda, sobre mi alma, pero sin importar cuán pesada sea esa carga, no puedo aliviarla ni siquiera en una lágrima. Estoy vacío por dentro, viviendo lentamente una muerte o muriendo lentamente en vida, ¿no es lo mismo acaso?
Cruzo Avenida del Libertador y me dirijo hacia la plaza Dante. Mis ojos buscan el banco que ya tanto conozco. Me siento, y ahí está él, como cada noche. Sus ojos parecen seguirme, juzgarme, como lo hacen segundo tras segundo, y su mirada, fría, distante, casi de piedra, reviven mis pecados, pero no los exorcizan. Y allí me quedo, preso de mi pasado, inmóvil en ese banco de plaza, apenas pestañeando, y casi sin respirar… A veces pienso que la gente que pasa cerca mío puede incluso confundirme con un monumento, con un ser de piedra y bronce. Si así lo piensan, lamentablemente, no están muy equivocados. Desde aquella noche, tan similar a esta, cada latido de mi corazón, y cada suspiro, me fueron convirtiendo más y más en un ser frío, más de piedra y bronce que de carne y hueso…
Era una noche de abril. Las nubes cubrían un cielo oscuro, sin estrellas, ocultando una tímida luna y tiñendo las calles de sombras. Las gotas de lluvia eran los únicos pequeños destellos que iluminaban mi camino. Hasta que vi sus ojos. Yo frecuentaba esas calles, Pueyrredón, Libertador, a veces Agüero, casi todos los días para ir y volver del trabajo pero nunca la había visto. Y allí estaba, caminando a metros mío, la mujer más hermosa que alguna vez vi. Su pelo rojizo ondulado parecía flotar en el aire mientras que la lluvia se deslizaba por sus brazos y caía de entre sus dedos. Así pude ver algo brillante en su mano derecha, un anillo, de oro aparentemente, por la distancia no podía distinguirlo por completo. Su cuerpo era perfecto, su cintura tan delgada, y sus piernas alargadas eran una tentación para cualquier hombre. “¿Estará casada?” me pregunté. No me importaba, no podía evitar quitar mis ojos de ella.
Acelerando el paso y, al parecer, adivinando mis pensamientos dobló por Levene; y yo, desviando mi camino, seguí sus pasos. Los únicos sonidos que podía escuchar, además de mi acelerada respiración, era el repiqueteo de la lluvia, y el incesante ruido de sus tacos. Sin embargo, al doblar la esquina un nuevo sonido invadió la noche, otros pasos, no de una persona, sino más bien de un animal, de un caballo. Miré por sobre mi hombro, pero solo la calle desierta descansaba a mis espaldas. Sin darle mayor importancia, volví a fijar mi vista en aquella mujer, y sin perderle el rastro apuré mis pasos, intentando alcanzarla. La mujer volteó su cabeza y sus ojos me miraron fijamente. Pude percibir su miedo, pero eso no me hizo detener, por el contrario, no esquivé su mirada y, sonriéndole mientras asentía con mi cabeza, aceleré al mismo tiempo que ella. Dobló por Avenida Libertador y en ese momento de entre las sombras vi la cara de un hombre, que ella pareció no percibir. Su mirada parecía desnudar mis pensamientos más profundos, aún así, no se veía asustado, por el contrario, sus ojos me seguían como advirtiendo que me aleje. Ignoré este pensamiento, asumiendo que era solo producto de mi conciencia que, generalmente yacía dormida, y a la cual no me interesaba despertar. (En ese entonces no creía en culpas o arrepentimientos). Seguí caminando, convencido de que iba a concretar mis deseos.
El galope de un caballo me hizo voltear una vez más, y así lancé una última mirada hacia ese hombre. En ese momento, su rostro salió de entre las sombras, y la luz descubrió a alguien robusto, de rasgos duros. Esa cara me era familiar, ya la había visto antes. Ignorándolo nuevamente, intenté buscar en vano a la mujer. Libertador sólo era habitada por algunas pocas personas que intentaban refugiarse de la tormenta bajo el techo de algún edificio. Mientras que yo sólo buscaba refugiarme en ella. Y allí estaba, cruzando la plaza. Su cabello rojizo brillaba bajo esa luna tímida, encendiendo más y más mi pasión.
Olvidándome de mi alrededor, crucé la calle corriendo y me dirigí sin disimulo alguno directamente hacia ella. Al escucharme volteó y al ver el rostro del hombre que la venía siguiendo hacia varias cuadras, asustada gritó. En ese momento su grito no provocó nada en mí, ya estaba acostumbrado al temor de las mujeres cada vez que me les acercaba. Sin embargo, su voz quedó grabada en mi memoria y aunque me resulta imposible describirla en palabras, hay noches en las que aún puedo escucharla no sólo en sueños, sino también en cada rincón de mi departamento.
Traté de alcanzarla para evitar que siga gritando, y ahí lo vi nuevamente saliendo de entre las sombras. Esta vez no solo su cara quedó al descubierto, sino también su torso y el resto de su cuerpo. Su torso de hombre era como el de cualquier ser humano pero el resto de su cuerpo era el de un caballo. Aunque pueda resultar imposible de creer, esa noche, estuve frente a un centauro. Eso explicaba los extraños pasos que había oído antes. El me estaba siguiendo. Siempre lo había hecho, cada noche que me acercaba a una mujer. Y esa vez había llegado demasiado lejos, estaba a punto de cumplir mi objetivo, por eso, tuvo que detenerme de otra manera, tuvo que revelarse ante mí, ante mi mundo.
Galopando a su encuentro intentó evitar que yo la tocara. Pero al ver esa criatura la mujer gritó aún con más desesperación que antes. El horror en su rostro me confirmó que no se trataba de una fantasía, de un perverso juego de mi mente, aquello era real por más fantástico que pudiera parecer. Ya no la deseaba, sólo quería escapar de esa plaza y, por primera vez, me arrepentía del rumbo que había tomado mi vida. Pero ya era demasiado tarde.
Por un momento todo pareció detenerse. Sólo estábamos nosotros en el corazón de Recoleta, en el centro de una desolada plaza, que durante el día vibraba con el trajín de una ciudad despierta, pero que ahora yacía dormida. Pero yo no estaba dormido, yo aún estaba consciente, y aunque por un segundo peleé por despertar de lo que esperaba fuera sólo una pesadilla, no lo era.
El sonido de los árboles que se mecían por el viento, las gotas de lluvia golpeando la tierra, los gritos de aquella mujer y el trote del centauro eran, hasta el momento, los únicos sonidos que retumbaban en mi mente, y que lo harían por mucho más tiempo. Pero de repente, ya no estábamos solos, había alguien más. Me di vuelta y pude ver a un hombre que corría hacia nosotros sosteniendo entre sus manos un arco y una flecha.
Sus ojos se posaban en mí y luego en el centauro, destilando furia y locura. Sólo encontraban alivio en la figura de la mujer. Acomodó su flecha y se dispuso a disparar. Al ver su mano pude ver algo brillante. Era un anillo, el mismo que llevaba su mujer. Apuntó y sin dudarlo disparó. Su tiro no falló, pero su instinto sí. Le disparó a un inocente, a la criatura que había salvado a su esposa de una violación y una muerte casi segura. Con lágrimas en los ojos, la mujer miró a su marido por última vez, y recostando lentamente su cabeza sobre su hombro, como compadeciéndolo por su error, huyó de aquella plaza. Su cabello rojizo se fue apagando entre las sombras.
La flecha hirió al centauro en el pecho. Éste, moribundo, se mantuvo erguido. Lentamente pude ver como sus patas se teñían de un gris plomo. Sus músculos y gestos quedarían para siempre tallados en piedra en esa plaza. Al mirar al arquero pude ver que éste también se había transformado en un ser de piedra. El latido de mi corazón era tan fuerte que prácticamente no podía soportarlo. Débil y agotado me recosté sobre uno de los bancos (el mismo en el que me siento cada noche).
Allí estábamos los tres, sin vida, presos de nuestros actos, como estamos en esta noche. El arquero de bronce condenado por haber matado a una criatura inocente; el centauro moribundo eternamente por haber sido acusado de un crimen que jamás cometió; y yo, una persona tan vacía y fría como estos monumentos que me acompañan noche tras noche; un ser humano, que no merece tal condición, y que segundo a segundo muere una muerte lenta y dolorosa en una plaza de Buenos Aires. Una persona que por sus actos errados debe pagar un alto precio, y que todas las noches se transforma , al igual que el arquero y el centauro, en un ser de piedra, pero que a diferencia de éstos, no representa un ser mitológico, sino la miseria, el ultraje y la degradación de algunos seres humanos que merecerían que su frialdad y perversión se reflejen en un cuerpo de roca.
Así es como, desde ese momento, me siento obligado a recorrer esas mismas calles y a mirar esas caras, esos ojos. Hay veces en que incluso escucho un grito y el galope de un caballo. Mi cuerpo y mi alma son prisioneros de esta plaza, la mirada del centauro es mi carcelera. Lo único que espero es algún día dejar de escuchar mis pensamientos, y no volver a ser un hombre “libre” durante el día. No creo que falte mucho tiempo para que eso suceda, cientos y cientos de noches son suficiente condena.
En ocasiones, me consuela pensar que pronto llegará el momento en el que sólo seré una escultura más, y al observarme, la gente se preguntará qué artista pudo esculpir rasgos tan perfectos que encierren el dolor de un corazón lleno de culpas. Ellos no se imaginarán la respuesta, y en vano buscarán el nombre de un mortal, pero la autora de esa imagen será la vida. Las decisiones que tomé en ella, las consecuencias de mis actos, serán las que le habrán dado forma a aquella obra. La última imagen.
Camino por Avenida Pueyrredón, a paso lento, mirando sin mirar. Sólo tengo un destino, un camino, el mismo que recorro cada noche. Las gotas frías se deslizan por mis mejillas, pero yo no siento nada. Es la sensación más cercana que tengo al llanto. Cargo el peso de mis culpas sobre mi espalda, sobre mi alma, pero sin importar cuán pesada sea esa carga, no puedo aliviarla ni siquiera en una lágrima. Estoy vacío por dentro, viviendo lentamente una muerte o muriendo lentamente en vida, ¿no es lo mismo acaso?
Cruzo Avenida del Libertador y me dirijo hacia la plaza Dante. Mis ojos buscan el banco que ya tanto conozco. Me siento, y ahí está él, como cada noche. Sus ojos parecen seguirme, juzgarme, como lo hacen segundo tras segundo, y su mirada, fría, distante, casi de piedra, reviven mis pecados, pero no los exorcizan. Y allí me quedo, preso de mi pasado, inmóvil en ese banco de plaza, apenas pestañeando, y casi sin respirar… A veces pienso que la gente que pasa cerca mío puede incluso confundirme con un monumento, con un ser de piedra y bronce. Si así lo piensan, lamentablemente, no están muy equivocados. Desde aquella noche, tan similar a esta, cada latido de mi corazón, y cada suspiro, me fueron convirtiendo más y más en un ser frío, más de piedra y bronce que de carne y hueso…
Era una noche de abril. Las nubes cubrían un cielo oscuro, sin estrellas, ocultando una tímida luna y tiñendo las calles de sombras. Las gotas de lluvia eran los únicos pequeños destellos que iluminaban mi camino. Hasta que vi sus ojos. Yo frecuentaba esas calles, Pueyrredón, Libertador, a veces Agüero, casi todos los días para ir y volver del trabajo pero nunca la había visto. Y allí estaba, caminando a metros mío, la mujer más hermosa que alguna vez vi. Su pelo rojizo ondulado parecía flotar en el aire mientras que la lluvia se deslizaba por sus brazos y caía de entre sus dedos. Así pude ver algo brillante en su mano derecha, un anillo, de oro aparentemente, por la distancia no podía distinguirlo por completo. Su cuerpo era perfecto, su cintura tan delgada, y sus piernas alargadas eran una tentación para cualquier hombre. “¿Estará casada?” me pregunté. No me importaba, no podía evitar quitar mis ojos de ella.
Acelerando el paso y, al parecer, adivinando mis pensamientos dobló por Levene; y yo, desviando mi camino, seguí sus pasos. Los únicos sonidos que podía escuchar, además de mi acelerada respiración, era el repiqueteo de la lluvia, y el incesante ruido de sus tacos. Sin embargo, al doblar la esquina un nuevo sonido invadió la noche, otros pasos, no de una persona, sino más bien de un animal, de un caballo. Miré por sobre mi hombro, pero solo la calle desierta descansaba a mis espaldas. Sin darle mayor importancia, volví a fijar mi vista en aquella mujer, y sin perderle el rastro apuré mis pasos, intentando alcanzarla. La mujer volteó su cabeza y sus ojos me miraron fijamente. Pude percibir su miedo, pero eso no me hizo detener, por el contrario, no esquivé su mirada y, sonriéndole mientras asentía con mi cabeza, aceleré al mismo tiempo que ella. Dobló por Avenida Libertador y en ese momento de entre las sombras vi la cara de un hombre, que ella pareció no percibir. Su mirada parecía desnudar mis pensamientos más profundos, aún así, no se veía asustado, por el contrario, sus ojos me seguían como advirtiendo que me aleje. Ignoré este pensamiento, asumiendo que era solo producto de mi conciencia que, generalmente yacía dormida, y a la cual no me interesaba despertar. (En ese entonces no creía en culpas o arrepentimientos). Seguí caminando, convencido de que iba a concretar mis deseos.
El galope de un caballo me hizo voltear una vez más, y así lancé una última mirada hacia ese hombre. En ese momento, su rostro salió de entre las sombras, y la luz descubrió a alguien robusto, de rasgos duros. Esa cara me era familiar, ya la había visto antes. Ignorándolo nuevamente, intenté buscar en vano a la mujer. Libertador sólo era habitada por algunas pocas personas que intentaban refugiarse de la tormenta bajo el techo de algún edificio. Mientras que yo sólo buscaba refugiarme en ella. Y allí estaba, cruzando la plaza. Su cabello rojizo brillaba bajo esa luna tímida, encendiendo más y más mi pasión.
Olvidándome de mi alrededor, crucé la calle corriendo y me dirigí sin disimulo alguno directamente hacia ella. Al escucharme volteó y al ver el rostro del hombre que la venía siguiendo hacia varias cuadras, asustada gritó. En ese momento su grito no provocó nada en mí, ya estaba acostumbrado al temor de las mujeres cada vez que me les acercaba. Sin embargo, su voz quedó grabada en mi memoria y aunque me resulta imposible describirla en palabras, hay noches en las que aún puedo escucharla no sólo en sueños, sino también en cada rincón de mi departamento.
Traté de alcanzarla para evitar que siga gritando, y ahí lo vi nuevamente saliendo de entre las sombras. Esta vez no solo su cara quedó al descubierto, sino también su torso y el resto de su cuerpo. Su torso de hombre era como el de cualquier ser humano pero el resto de su cuerpo era el de un caballo. Aunque pueda resultar imposible de creer, esa noche, estuve frente a un centauro. Eso explicaba los extraños pasos que había oído antes. El me estaba siguiendo. Siempre lo había hecho, cada noche que me acercaba a una mujer. Y esa vez había llegado demasiado lejos, estaba a punto de cumplir mi objetivo, por eso, tuvo que detenerme de otra manera, tuvo que revelarse ante mí, ante mi mundo.
Galopando a su encuentro intentó evitar que yo la tocara. Pero al ver esa criatura la mujer gritó aún con más desesperación que antes. El horror en su rostro me confirmó que no se trataba de una fantasía, de un perverso juego de mi mente, aquello era real por más fantástico que pudiera parecer. Ya no la deseaba, sólo quería escapar de esa plaza y, por primera vez, me arrepentía del rumbo que había tomado mi vida. Pero ya era demasiado tarde.
Por un momento todo pareció detenerse. Sólo estábamos nosotros en el corazón de Recoleta, en el centro de una desolada plaza, que durante el día vibraba con el trajín de una ciudad despierta, pero que ahora yacía dormida. Pero yo no estaba dormido, yo aún estaba consciente, y aunque por un segundo peleé por despertar de lo que esperaba fuera sólo una pesadilla, no lo era.
El sonido de los árboles que se mecían por el viento, las gotas de lluvia golpeando la tierra, los gritos de aquella mujer y el trote del centauro eran, hasta el momento, los únicos sonidos que retumbaban en mi mente, y que lo harían por mucho más tiempo. Pero de repente, ya no estábamos solos, había alguien más. Me di vuelta y pude ver a un hombre que corría hacia nosotros sosteniendo entre sus manos un arco y una flecha.
Sus ojos se posaban en mí y luego en el centauro, destilando furia y locura. Sólo encontraban alivio en la figura de la mujer. Acomodó su flecha y se dispuso a disparar. Al ver su mano pude ver algo brillante. Era un anillo, el mismo que llevaba su mujer. Apuntó y sin dudarlo disparó. Su tiro no falló, pero su instinto sí. Le disparó a un inocente, a la criatura que había salvado a su esposa de una violación y una muerte casi segura. Con lágrimas en los ojos, la mujer miró a su marido por última vez, y recostando lentamente su cabeza sobre su hombro, como compadeciéndolo por su error, huyó de aquella plaza. Su cabello rojizo se fue apagando entre las sombras.
La flecha hirió al centauro en el pecho. Éste, moribundo, se mantuvo erguido. Lentamente pude ver como sus patas se teñían de un gris plomo. Sus músculos y gestos quedarían para siempre tallados en piedra en esa plaza. Al mirar al arquero pude ver que éste también se había transformado en un ser de piedra. El latido de mi corazón era tan fuerte que prácticamente no podía soportarlo. Débil y agotado me recosté sobre uno de los bancos (el mismo en el que me siento cada noche).
Allí estábamos los tres, sin vida, presos de nuestros actos, como estamos en esta noche. El arquero de bronce condenado por haber matado a una criatura inocente; el centauro moribundo eternamente por haber sido acusado de un crimen que jamás cometió; y yo, una persona tan vacía y fría como estos monumentos que me acompañan noche tras noche; un ser humano, que no merece tal condición, y que segundo a segundo muere una muerte lenta y dolorosa en una plaza de Buenos Aires. Una persona que por sus actos errados debe pagar un alto precio, y que todas las noches se transforma , al igual que el arquero y el centauro, en un ser de piedra, pero que a diferencia de éstos, no representa un ser mitológico, sino la miseria, el ultraje y la degradación de algunos seres humanos que merecerían que su frialdad y perversión se reflejen en un cuerpo de roca.
Así es como, desde ese momento, me siento obligado a recorrer esas mismas calles y a mirar esas caras, esos ojos. Hay veces en que incluso escucho un grito y el galope de un caballo. Mi cuerpo y mi alma son prisioneros de esta plaza, la mirada del centauro es mi carcelera. Lo único que espero es algún día dejar de escuchar mis pensamientos, y no volver a ser un hombre “libre” durante el día. No creo que falte mucho tiempo para que eso suceda, cientos y cientos de noches son suficiente condena.
En ocasiones, me consuela pensar que pronto llegará el momento en el que sólo seré una escultura más, y al observarme, la gente se preguntará qué artista pudo esculpir rasgos tan perfectos que encierren el dolor de un corazón lleno de culpas. Ellos no se imaginarán la respuesta, y en vano buscarán el nombre de un mortal, pero la autora de esa imagen será la vida. Las decisiones que tomé en ella, las consecuencias de mis actos, serán las que le habrán dado forma a aquella obra. La última imagen.
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Florencia Sánchez
Vacaciones (monólogo)
¡Llegaron las vacaciones! Y después de pensar a dónde podía ir con los pocos ahorros que tengo y las cientos de ilusiones y fantasías que lamentablemente los superan, termino encallando en la Costa Atlántica. ¡Adiós vacaciones en Brasil! que vengo posponiendo desde hace un par de años. ¡Adiós vacaciones en el sur! que después de haber hecho una escapada en vacaciones de invierno a Tandil, con una amiga fantaseamos ir a Neuquén e incluso en algún momento escalar el Aconcagua! Pero seamos realistas: para ir de mochilera, dormir a la intemperie, y morir de inanición, si es que antes no muero perdida en una montaña, prefiero ir a la ya tan conocida Costa Atlántica, que me garantiza unas vacaciones gasoleras y la posibilidad de ahorrar para otros emprendimientos, como la idea de comprar un departamento propio… Aunque si comparamos el proyecto con la experiencia vacacional, el depto de uno o dos ambientes en Belgrano o Colegiales, se va a transformar en una carpa en Villa Soldati. Pero bueno, soñar no cuesta nada…
Empiezan los preparativos: preparo el bolso para irme seis días a Santa Teresita. Sí, uno no elige una playa top como Punta del Este, Villa Gesell o Pinamar, con la excusa de que a uno le gustan los lugares más tranquilos y más familiares, pero la realidad es que uno termina yendo a su departamentito, con tal de ahorrarse la plata del hotel.
Aunque sólo vaya por seis días, en ese tiempo tengo que estar cómoda, y si no puedo elegir qué espectáculos disfrutar, a qué restaurante ir, siempre por el tan recurrente pensamiento: “mejor, quedate en casa y lo que ahorrás lo disfrutás de otra manera”; tengo que tener la posibilidad de elegir qué ponerme. Entonces en lugar de llevar lo mínimo indispensable, termino sentándome en el bolso para poder cerrarlo.
Después comienza el repaso mental: “puse el celular, puse ocho pares de jeans, veinticinco remeras, tres polleras…” porque, aunque soy una chica que prefiere el jean, es verano, y uno está en un lugar donde nadie lo conoce, o sea que puedo cambiar sin miedo al prejuicio, y ponerme la pollerita que en Capital nunca me pondría, e incluso combinarla con una remera amarilla, ojotas violetas, y rematarla con una vincha naranja, anulando el flequillo que tantos minutos de planchita y secador acumuló. Siguiendo con el listado mental, y muchas veces verbal, pienso no olvidarme las ojotas, indispensables para la playa, la ropa interior, indispensable para cualquier momento, la bikini, make-up, accesorios para el pelo, aritos, collares, pulseras, anillos, todo tipo de boludeces, que seguramente no voy a usar, pero que igual decido llevar con la ilusión de ir a alguna fiesta o a algún evento que lo amerite pero que sea gratuito, obviamente.
El problema es que a veces el repaso mental y/o verbal no es suficiente, y aunque se que sólo me estoy yendo seis días, y a sólo 350 km de distancia, necesito hacer una lista por escrito como si me estuviera yendo a la Polinesia por un año. De todas maneras, la lista por escrito es muy útil, porque así me acuerdo de las cosas indispensables que no incluí en el bolso por las otras cosas que creí indispensables (y que de todas maneras no pienso sacar!). Así me acuerdo del cargador del celular, que aunque se que probablemente nadie me va a llamar en vacaciones, porque a pesar de que te digan “nos mensajeamos y uno de estos días hacemos algo, te parece?”, en vacaciones uno se desconecta. Pero el celular no puede faltar porque me quiero desconectar, pero tampoco tanto! Por más que nadie me mande un mensajito, que se me acabe el crédito apenas baje del micro, que tenga que recurrir a una recarga miserable de $2, y que me rehúse a comprar una tarjeta y recargarlo (aunque sea por un par de días diciendo que no le voy a dar un centavo más a la compañía telefónica, es un hecho que cuando en la pantallita aparezca: “sólo por hoy carga una tarjeta de $40, te lo duplicamos, te llevas 300 mensajes de regalo, tenés 80 minutos para hablar, podes agrandar tus papas y llevarte un muñequito…” en ese mismo momento uno se olvida de todo, y, NO PODÉS NO RECARGAR!)
Después de poner el cargador, el DNI, la billetera, una gilette para depilarme (el eterno karma femenino!), shampoo, jabones, y el cepillo de dientes con su infaltable compañera: la pasta dental; me vuelvo a sentar sobre el bolso, lo cierro por enésima vez, pero siempre pensando que va a ser la definitiva. Ya está todo, no me olvidé de nada, solo hago un mínimo repaso, no mental o verbal, porque esta vez tengo la lista, solo tengo que tomar una lapicera y tickear todos los elementos, el único problema es que no encuentro ni la lista ni la lapicera, y se me va el tren!!!
Aunque sé que en general los trenes no andan a horario, quería llegar a esa hora a la estación, porque por algo perdí quince minutos buscando los horarios de los trenes, cuando esos minutos hubieran sido de gran ayuda en ese momento para encontrar la lista y la lapicera. No importa, confío en que está todo, no me falta nada. Bolso con infinidad de conjuntos en mano, cartera con cosas para comer en el micro en el hombro, mochila con apuntes de la facultad y libros para leer en la espalda (que aunque se que en solo seis días no voy a poder leer todo eso, quiero llevar variedad, quiero elegir qué leer, porque como dije antes, sino puedo elegir a dónde ir, qué espectáculos ver, en qué restaurantes comer, voy a elegir qué ropa ponerme y qué libros leer. Además, psicológicamente hablando, me hace sentir menos culpable, al menos la intención de leer la llevo conmigo). Sin poder caminar demasiado y tambaleando, pero agradeciendo que los 50 mts de pasillo que separan mi casa de la vereda solo tengan 80 cm de ancho, emprendo con entusiasmo los primeros pasos que me separan de mis vacaciones.
Llego a la vereda, y zas! Los pasajes! Menos mal que recuerdo haberlos puesto en la cartera antes de armar todo el bolso. Pero lo peor es que pasó taaaanto tiempo, que no puedo evitar preocuparme, y no voy a seguir avanzando para darme cuenta que no tengo los pasajes antes de subirme al micro. Suelto el bolso, me saco la mochila, y chequeo en la cartera, que aunque sea chica y sin compartimientos internos, el shampoo, el esmalte de uñas, el quita esmalte, el algodón y el protector solar, no me dejan encontrar los benditos pasajes. Después de unos minutos, los encuentro doblados en el fondo, y, sinceramente, no me reprocho haber demorado unos cinco minutos más, incluso me felicito a mí misma que siendo tan olvidadiza, esta vez no me olvidé nada. No llego al tren que pensaba tomar, ni siquiera llego al siguiente, pero fui precavida, y como quise llegar demasiado temprano a la Terminal, ahora voy a llegar “justo”, pero siempre utilizando una filosofía, y sabiendo que los otros dos trenes anteriores no eran para mí.
Me pongo la mochila, agarro el bolso, y empiezo a caminar. Mi casa solo queda a tres cuadras de la estación, en solo minutos voy a estar sentada en el tren, mirando por la ventana lo que veo todos los días cuando voy a trabajar, pero lo voy a mirar con otros ojos, con otro entusiasmo, porque se que en horas, voy a dejar de ver lo que veo todos los días para ver lo que veo todos los años en verano.
Llego a la estación, y antes de sacar mi boleto, dejo que la ancianita que llegó a la ventanilla al mismo tiempo que yo, saque el pasaje primero. La ancianita además de hablar con el boletero, saca un boleto de $0,80 con un billete de $100. Yo espero pacientemente porque: me voy de vacaciones. Cuando llega mi turno, el boletero me dice que no me puede cambiar un billete de $2 y cuando pregunto qué puedo hacer entonces, me contesta, que no tiene la menor idea, lo que sin enojarme interpreto como: “no te preocupes, sacá en destino.” Cualquier otro día su respuesta me hubiera enojado, pero hoy no, hoy no, porque me voy de vacaciones. Agarro el bolso nuevamente, mientras trato de guardar los $2 en el bolsillo, cuando veo que se me va el tren. En estaciones como Drago, Colegiales, Carranza para unos 10 minutos, no en Villa Pueyrredón; en Villa Pueyrredón, arranca al mismo tiempo que yo pienso si corro 100 mts y se me rompe el bolso, o si voy por el tunel y me rompo una pierna. El tren se me fue, y ya no puedo pensar en no enojarme porque empezaron mis vacaciones, en que ese tren no era para mí; ese tren sí era para mí, y lo perdí en frente mío, pocas cosas se pueden comparar con esa frustración, con esa bronca. Sigo caminando pensando que tengo 15 minutos de espera que podría haber utilizado para buscar la lista, o maquillarme. Pero en esos momentos pienso que hay cosas peores, como cuando uno corre el colectivo en medio de la lluvia, y el colectivero no te abre la puerta mientras que con el dedito te dice que no, y te señala la parada que tenés a 50 mts. Me dedico a mirar mi hermosa estación, y a despedirme de mi barrio por un par de días. Llega el tren, llega mi tren. Milagrosamente no se detiene ni en Drago, ni en Colegiales, ni en Carranza y llego a Retiro con 30 minutos para llegar caminando a la Terminal de Ómnibus. Llego a la Terminal sin problemas, porque ya nada más me puede pasar, creo que ya estoy más allá del bien y del mal, ya nada me afecta, y no me parece necesario contar, que aunque el boletero nunca está en Retiro, esta vez sí estaba, y yo trataba de explicarle porqué no tenía boleto mientras que intentaba pasar por el molinete, tampoco me parece necesario contar las veces que se me dio vuelta el bolso, el dolor de hombros que tenía por la mochila y el termo hirviendo que me tocaba las costillas, pero que valía la pena soportar para tomar unos mates en el micro. Llego a la Terminal, y ahora sólo tengo que buscar la plataforma y, obviamente, el micro no podía salir de las plataformas 1 a la 10, tenía que salir de la 40 a la 50, entonces tengo que seguir caminando tres cuadras más mientras se me cae la cartera, se me chorrea el agua del termo quemándome la pierna y las rueditas del bolso me golpean los talones, de todas maneras, todo lo hago con una sonrisa. Cuando finalmente llego a las plataformas, todavía tengo 10 minutos para que el micro salga, pero en esos 10 minutos no puedo estar en paz porque tengo que soportar un tsunami de estímulos visuales y auditivos. Trato de escuchar por qué plataforma sale mi micro pero solo puedo oír: “Transportes Plaza anuncia el arribo de… El Rápido Argentino anuncia la llegada de Misio… Plusmar anuncia el arribo de Mendo…” y el celular que no para de sonar, pero que no puedo encontrar en la cartera sin importar el mínimo tamaño de la misma y el hecho que no tenga compartimientos! Entonces cuando mi tolerancia auditiva colapsa, trato de fijarme en la pantalla electrónica por cuál de las 10 plataformas sale mi micro, hasta que desisto ya que después de analizar el significado de las abreviaturas descubro lo que tendría que haber sospechado desde un principio, que mi micro no aparece. Una vez que encuentro y apago el celular, escucho: “El Rápido Argentino anuncia su partida con destino a Mar de Ajo… desde la plataforma 45” ese es mi micro! Suben los bolsos, y cada vez estoy más cerca de relajarme… pero todavía no! Ahora tengo que pensar donde poner las etiquetas que te dan para saber de quién es cada bolso, y que al bajar del micro me lo devuelvan sin preguntarme vida y obra del bolso en cuestión y de su interminable contenido! Ahora sí, sólo con la cartera, la mochila, y el termo en mano, subo al micro, por la estrecha escalerita que me conduce al piso de arriba. Mientras busco mi asiento, le pego un mochilazo a la señora del asiento de al lado que, contrario a las expectativas de putearme como lo hubiera hecho cualquier otra persona en un colectivo de Capital, me sonríe y me saluda, ¿¿por qué?? Porque está de vacaciones y ya nada importa, uno cambia la onda, no importa a donde vayas, lo único que importa es escapar de Buenos Aires, escapar del ruido y el bullicio, del colectivero que no te dijo que te tenías que bajar hace 30 cuadras, del almacenero que te dio vuelta el cartelito de CERRADO justo cuando te diste cuenta que te faltaba azúcar, de las caras de los cientos de porteños que no se pueden ir de vacaciones o que volvieron al calor y trajín de la ciudad y te miran como si te odiaran. El micro arranca… oficialmente: ¡¡¡Adiós Buenos Aires!!!
Empiezan los preparativos: preparo el bolso para irme seis días a Santa Teresita. Sí, uno no elige una playa top como Punta del Este, Villa Gesell o Pinamar, con la excusa de que a uno le gustan los lugares más tranquilos y más familiares, pero la realidad es que uno termina yendo a su departamentito, con tal de ahorrarse la plata del hotel.
Aunque sólo vaya por seis días, en ese tiempo tengo que estar cómoda, y si no puedo elegir qué espectáculos disfrutar, a qué restaurante ir, siempre por el tan recurrente pensamiento: “mejor, quedate en casa y lo que ahorrás lo disfrutás de otra manera”; tengo que tener la posibilidad de elegir qué ponerme. Entonces en lugar de llevar lo mínimo indispensable, termino sentándome en el bolso para poder cerrarlo.
Después comienza el repaso mental: “puse el celular, puse ocho pares de jeans, veinticinco remeras, tres polleras…” porque, aunque soy una chica que prefiere el jean, es verano, y uno está en un lugar donde nadie lo conoce, o sea que puedo cambiar sin miedo al prejuicio, y ponerme la pollerita que en Capital nunca me pondría, e incluso combinarla con una remera amarilla, ojotas violetas, y rematarla con una vincha naranja, anulando el flequillo que tantos minutos de planchita y secador acumuló. Siguiendo con el listado mental, y muchas veces verbal, pienso no olvidarme las ojotas, indispensables para la playa, la ropa interior, indispensable para cualquier momento, la bikini, make-up, accesorios para el pelo, aritos, collares, pulseras, anillos, todo tipo de boludeces, que seguramente no voy a usar, pero que igual decido llevar con la ilusión de ir a alguna fiesta o a algún evento que lo amerite pero que sea gratuito, obviamente.
El problema es que a veces el repaso mental y/o verbal no es suficiente, y aunque se que sólo me estoy yendo seis días, y a sólo 350 km de distancia, necesito hacer una lista por escrito como si me estuviera yendo a la Polinesia por un año. De todas maneras, la lista por escrito es muy útil, porque así me acuerdo de las cosas indispensables que no incluí en el bolso por las otras cosas que creí indispensables (y que de todas maneras no pienso sacar!). Así me acuerdo del cargador del celular, que aunque se que probablemente nadie me va a llamar en vacaciones, porque a pesar de que te digan “nos mensajeamos y uno de estos días hacemos algo, te parece?”, en vacaciones uno se desconecta. Pero el celular no puede faltar porque me quiero desconectar, pero tampoco tanto! Por más que nadie me mande un mensajito, que se me acabe el crédito apenas baje del micro, que tenga que recurrir a una recarga miserable de $2, y que me rehúse a comprar una tarjeta y recargarlo (aunque sea por un par de días diciendo que no le voy a dar un centavo más a la compañía telefónica, es un hecho que cuando en la pantallita aparezca: “sólo por hoy carga una tarjeta de $40, te lo duplicamos, te llevas 300 mensajes de regalo, tenés 80 minutos para hablar, podes agrandar tus papas y llevarte un muñequito…” en ese mismo momento uno se olvida de todo, y, NO PODÉS NO RECARGAR!)
Después de poner el cargador, el DNI, la billetera, una gilette para depilarme (el eterno karma femenino!), shampoo, jabones, y el cepillo de dientes con su infaltable compañera: la pasta dental; me vuelvo a sentar sobre el bolso, lo cierro por enésima vez, pero siempre pensando que va a ser la definitiva. Ya está todo, no me olvidé de nada, solo hago un mínimo repaso, no mental o verbal, porque esta vez tengo la lista, solo tengo que tomar una lapicera y tickear todos los elementos, el único problema es que no encuentro ni la lista ni la lapicera, y se me va el tren!!!
Aunque sé que en general los trenes no andan a horario, quería llegar a esa hora a la estación, porque por algo perdí quince minutos buscando los horarios de los trenes, cuando esos minutos hubieran sido de gran ayuda en ese momento para encontrar la lista y la lapicera. No importa, confío en que está todo, no me falta nada. Bolso con infinidad de conjuntos en mano, cartera con cosas para comer en el micro en el hombro, mochila con apuntes de la facultad y libros para leer en la espalda (que aunque se que en solo seis días no voy a poder leer todo eso, quiero llevar variedad, quiero elegir qué leer, porque como dije antes, sino puedo elegir a dónde ir, qué espectáculos ver, en qué restaurantes comer, voy a elegir qué ropa ponerme y qué libros leer. Además, psicológicamente hablando, me hace sentir menos culpable, al menos la intención de leer la llevo conmigo). Sin poder caminar demasiado y tambaleando, pero agradeciendo que los 50 mts de pasillo que separan mi casa de la vereda solo tengan 80 cm de ancho, emprendo con entusiasmo los primeros pasos que me separan de mis vacaciones.
Llego a la vereda, y zas! Los pasajes! Menos mal que recuerdo haberlos puesto en la cartera antes de armar todo el bolso. Pero lo peor es que pasó taaaanto tiempo, que no puedo evitar preocuparme, y no voy a seguir avanzando para darme cuenta que no tengo los pasajes antes de subirme al micro. Suelto el bolso, me saco la mochila, y chequeo en la cartera, que aunque sea chica y sin compartimientos internos, el shampoo, el esmalte de uñas, el quita esmalte, el algodón y el protector solar, no me dejan encontrar los benditos pasajes. Después de unos minutos, los encuentro doblados en el fondo, y, sinceramente, no me reprocho haber demorado unos cinco minutos más, incluso me felicito a mí misma que siendo tan olvidadiza, esta vez no me olvidé nada. No llego al tren que pensaba tomar, ni siquiera llego al siguiente, pero fui precavida, y como quise llegar demasiado temprano a la Terminal, ahora voy a llegar “justo”, pero siempre utilizando una filosofía, y sabiendo que los otros dos trenes anteriores no eran para mí.
Me pongo la mochila, agarro el bolso, y empiezo a caminar. Mi casa solo queda a tres cuadras de la estación, en solo minutos voy a estar sentada en el tren, mirando por la ventana lo que veo todos los días cuando voy a trabajar, pero lo voy a mirar con otros ojos, con otro entusiasmo, porque se que en horas, voy a dejar de ver lo que veo todos los días para ver lo que veo todos los años en verano.
Llego a la estación, y antes de sacar mi boleto, dejo que la ancianita que llegó a la ventanilla al mismo tiempo que yo, saque el pasaje primero. La ancianita además de hablar con el boletero, saca un boleto de $0,80 con un billete de $100. Yo espero pacientemente porque: me voy de vacaciones. Cuando llega mi turno, el boletero me dice que no me puede cambiar un billete de $2 y cuando pregunto qué puedo hacer entonces, me contesta, que no tiene la menor idea, lo que sin enojarme interpreto como: “no te preocupes, sacá en destino.” Cualquier otro día su respuesta me hubiera enojado, pero hoy no, hoy no, porque me voy de vacaciones. Agarro el bolso nuevamente, mientras trato de guardar los $2 en el bolsillo, cuando veo que se me va el tren. En estaciones como Drago, Colegiales, Carranza para unos 10 minutos, no en Villa Pueyrredón; en Villa Pueyrredón, arranca al mismo tiempo que yo pienso si corro 100 mts y se me rompe el bolso, o si voy por el tunel y me rompo una pierna. El tren se me fue, y ya no puedo pensar en no enojarme porque empezaron mis vacaciones, en que ese tren no era para mí; ese tren sí era para mí, y lo perdí en frente mío, pocas cosas se pueden comparar con esa frustración, con esa bronca. Sigo caminando pensando que tengo 15 minutos de espera que podría haber utilizado para buscar la lista, o maquillarme. Pero en esos momentos pienso que hay cosas peores, como cuando uno corre el colectivo en medio de la lluvia, y el colectivero no te abre la puerta mientras que con el dedito te dice que no, y te señala la parada que tenés a 50 mts. Me dedico a mirar mi hermosa estación, y a despedirme de mi barrio por un par de días. Llega el tren, llega mi tren. Milagrosamente no se detiene ni en Drago, ni en Colegiales, ni en Carranza y llego a Retiro con 30 minutos para llegar caminando a la Terminal de Ómnibus. Llego a la Terminal sin problemas, porque ya nada más me puede pasar, creo que ya estoy más allá del bien y del mal, ya nada me afecta, y no me parece necesario contar, que aunque el boletero nunca está en Retiro, esta vez sí estaba, y yo trataba de explicarle porqué no tenía boleto mientras que intentaba pasar por el molinete, tampoco me parece necesario contar las veces que se me dio vuelta el bolso, el dolor de hombros que tenía por la mochila y el termo hirviendo que me tocaba las costillas, pero que valía la pena soportar para tomar unos mates en el micro. Llego a la Terminal, y ahora sólo tengo que buscar la plataforma y, obviamente, el micro no podía salir de las plataformas 1 a la 10, tenía que salir de la 40 a la 50, entonces tengo que seguir caminando tres cuadras más mientras se me cae la cartera, se me chorrea el agua del termo quemándome la pierna y las rueditas del bolso me golpean los talones, de todas maneras, todo lo hago con una sonrisa. Cuando finalmente llego a las plataformas, todavía tengo 10 minutos para que el micro salga, pero en esos 10 minutos no puedo estar en paz porque tengo que soportar un tsunami de estímulos visuales y auditivos. Trato de escuchar por qué plataforma sale mi micro pero solo puedo oír: “Transportes Plaza anuncia el arribo de… El Rápido Argentino anuncia la llegada de Misio… Plusmar anuncia el arribo de Mendo…” y el celular que no para de sonar, pero que no puedo encontrar en la cartera sin importar el mínimo tamaño de la misma y el hecho que no tenga compartimientos! Entonces cuando mi tolerancia auditiva colapsa, trato de fijarme en la pantalla electrónica por cuál de las 10 plataformas sale mi micro, hasta que desisto ya que después de analizar el significado de las abreviaturas descubro lo que tendría que haber sospechado desde un principio, que mi micro no aparece. Una vez que encuentro y apago el celular, escucho: “El Rápido Argentino anuncia su partida con destino a Mar de Ajo… desde la plataforma 45” ese es mi micro! Suben los bolsos, y cada vez estoy más cerca de relajarme… pero todavía no! Ahora tengo que pensar donde poner las etiquetas que te dan para saber de quién es cada bolso, y que al bajar del micro me lo devuelvan sin preguntarme vida y obra del bolso en cuestión y de su interminable contenido! Ahora sí, sólo con la cartera, la mochila, y el termo en mano, subo al micro, por la estrecha escalerita que me conduce al piso de arriba. Mientras busco mi asiento, le pego un mochilazo a la señora del asiento de al lado que, contrario a las expectativas de putearme como lo hubiera hecho cualquier otra persona en un colectivo de Capital, me sonríe y me saluda, ¿¿por qué?? Porque está de vacaciones y ya nada importa, uno cambia la onda, no importa a donde vayas, lo único que importa es escapar de Buenos Aires, escapar del ruido y el bullicio, del colectivero que no te dijo que te tenías que bajar hace 30 cuadras, del almacenero que te dio vuelta el cartelito de CERRADO justo cuando te diste cuenta que te faltaba azúcar, de las caras de los cientos de porteños que no se pueden ir de vacaciones o que volvieron al calor y trajín de la ciudad y te miran como si te odiaran. El micro arranca… oficialmente: ¡¡¡Adiós Buenos Aires!!!
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Florencia Sánchez
Hipocresía
Era veintiuno de febrero, el día que cumplía mis tan esperados dieciocho años. Ese sería el último cumpleaños que compartiría con mi familia. Estaba tan cansada de vivir de esa manera, rodeada sólo de una felicidad artificial…
Teníamos dinero y tierras y más de una vez la gente hablaba de nosotros como el potencial gobierno. “no debes dar una mala impresión Susan, entonces por favor, sonreí,” mi madre me repetía cuando era una niña. Nunca me dejó jugar con otros niños, “Vos sos diferente Susan, debés estar donde están tus padres,” y para mi disgusto, mis padres siempre estaban en ceremonias de la alta sociedad. Mi cumpleaños no era la excepción: no era una íntima celebración, por el contrario, había mucha gente invitada (la mayoría que yo no conocía). Cada año era lo mismo, cada celebración era lo mismo. Todo era tan falso, tan artificial. Me preguntaba porque se seguían reuniendo si no se podían tolerar realmente. Pero, por supuesto, la respuesta era evidente, mantener las apariencias es importante para cierta gente, especialmente para los ricos.
La inmensa casa se dividía en “diferente secciones” durante la fiesta, cada una de las cuales tenía como objetivo principal criticar las otras. Altas mujeres en ajustados vestidos bebían champagne y reían irónicamente como si fueran damas, cuando eran sólo oportunistas que habían tomado por maridos a hombres ricos tratando de alcanzar así sus sueños de riqueza; sin saber que estaban desperdiciando su más preciado tesoro: su juventud. Hombres en elegantes trajes pretendían ser maridos fieles a sus esposas, quienes eran sólo escudos detrás de los cuales escondían sus amantes. Sus esposas tampoco eran fieles, pero ambos preferían seguir atados al otro sólo para afectar ese prestigio que tanto disfrutaban.
“Pobre gente,” pensé, “piensan que le mundo gira alrededor de ellos, pero la ambición y el engaño están escritos en sus caras.”
“¡Vamos Susan!” mi madre me gritó, “vamos a sacar una foto.” “Otra mentira, otra cortina cubriendo la verdad,” pensé. Me seguía preguntando si la cámara podría tomar la verdadera esencia del momento. Algunas personas dicen que una imagen vale más que mil palabras, sin embargo, las apariencias pueden ser engañosas. “¡Sonrían!” alguien gritó. Fue suficiente para hacernos sonreír de oreja a oreja.
Nadie estaba feliz de estar allí, pero la foto familiar debe haber sido una buena para agregar a la “colección de hipocresía.” Nunca pude verla porque dejé mi casa al día siguiente treinta años atrás.
Teníamos dinero y tierras y más de una vez la gente hablaba de nosotros como el potencial gobierno. “no debes dar una mala impresión Susan, entonces por favor, sonreí,” mi madre me repetía cuando era una niña. Nunca me dejó jugar con otros niños, “Vos sos diferente Susan, debés estar donde están tus padres,” y para mi disgusto, mis padres siempre estaban en ceremonias de la alta sociedad. Mi cumpleaños no era la excepción: no era una íntima celebración, por el contrario, había mucha gente invitada (la mayoría que yo no conocía). Cada año era lo mismo, cada celebración era lo mismo. Todo era tan falso, tan artificial. Me preguntaba porque se seguían reuniendo si no se podían tolerar realmente. Pero, por supuesto, la respuesta era evidente, mantener las apariencias es importante para cierta gente, especialmente para los ricos.
La inmensa casa se dividía en “diferente secciones” durante la fiesta, cada una de las cuales tenía como objetivo principal criticar las otras. Altas mujeres en ajustados vestidos bebían champagne y reían irónicamente como si fueran damas, cuando eran sólo oportunistas que habían tomado por maridos a hombres ricos tratando de alcanzar así sus sueños de riqueza; sin saber que estaban desperdiciando su más preciado tesoro: su juventud. Hombres en elegantes trajes pretendían ser maridos fieles a sus esposas, quienes eran sólo escudos detrás de los cuales escondían sus amantes. Sus esposas tampoco eran fieles, pero ambos preferían seguir atados al otro sólo para afectar ese prestigio que tanto disfrutaban.
“Pobre gente,” pensé, “piensan que le mundo gira alrededor de ellos, pero la ambición y el engaño están escritos en sus caras.”
“¡Vamos Susan!” mi madre me gritó, “vamos a sacar una foto.” “Otra mentira, otra cortina cubriendo la verdad,” pensé. Me seguía preguntando si la cámara podría tomar la verdadera esencia del momento. Algunas personas dicen que una imagen vale más que mil palabras, sin embargo, las apariencias pueden ser engañosas. “¡Sonrían!” alguien gritó. Fue suficiente para hacernos sonreír de oreja a oreja.
Nadie estaba feliz de estar allí, pero la foto familiar debe haber sido una buena para agregar a la “colección de hipocresía.” Nunca pude verla porque dejé mi casa al día siguiente treinta años atrás.
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Florencia Sánchez
Hypocrisy
It was February, 21st the day of my so long-awaited 18th birthday. It would be the last birthday I shared with my family. I was so tired of living in that way, surrounded by nothing but superficial happiness…
We were wealthy landowners and more than once people talked about us as the potential future government. “You shouldn’t give a bad impression Susan, so please, smile,” my mother repeated to me as a child. She never let me play with other children, because she said, “You are different Susan, you must be where your parents are,” and to my disgust, my parents were always attending ceremonies held by high-society. My birthday was not the exception: it was not a small party, on the contrary, a lot of people (most of whom I didn’t know) were invited. Every year was the same, every party was the same. Everything was so false, so artificial. I wondered why they kept on gathering together if they couldn’t tolerate each other. But of course the answer was clear, keep up appearances is important for some people, especially to the rich.
The large hose was divided into “different sections” during the party, each opf which had as its main goal criticizing the other one. Tall women in long tight-fitting dresses drank champagne and laughed ironically as if they were ladies, when they were no more than opportunists who had married old men trying to reach their dreams of richness; not knowing that they were wasting their priceless treasure: their youth. Men in elegant suits pretended to be loyal husbands to their wives, who were just shields behind which they hid their affairs. Their wives were not faithful either, but both of them preferred being tied to each other to lower the prestige they so much enjoyed.
“Poor people,” I thought, “they think the world revolves around them, but ambition and deceit are written all over their faces.”
“Come on Susan!” my mother shouted at me, “we are going to take a photograph.” “Another lie, another curtain hiding the truth,” I thought. I kept on wondering whether the camera could catch the real essence of the moment. Some people say that one image is worth more than a thousand words, however, appearances can be deceptive. “Smile!” someone shouted. It was enough to make us grin from ear to ear. Nobody was pleased about being there, but the family photo must have been a very good one to add to their “collection of hypocrisy.” I have never seen it because I left home the following day thirty years ago.
We were wealthy landowners and more than once people talked about us as the potential future government. “You shouldn’t give a bad impression Susan, so please, smile,” my mother repeated to me as a child. She never let me play with other children, because she said, “You are different Susan, you must be where your parents are,” and to my disgust, my parents were always attending ceremonies held by high-society. My birthday was not the exception: it was not a small party, on the contrary, a lot of people (most of whom I didn’t know) were invited. Every year was the same, every party was the same. Everything was so false, so artificial. I wondered why they kept on gathering together if they couldn’t tolerate each other. But of course the answer was clear, keep up appearances is important for some people, especially to the rich.
The large hose was divided into “different sections” during the party, each opf which had as its main goal criticizing the other one. Tall women in long tight-fitting dresses drank champagne and laughed ironically as if they were ladies, when they were no more than opportunists who had married old men trying to reach their dreams of richness; not knowing that they were wasting their priceless treasure: their youth. Men in elegant suits pretended to be loyal husbands to their wives, who were just shields behind which they hid their affairs. Their wives were not faithful either, but both of them preferred being tied to each other to lower the prestige they so much enjoyed.
“Poor people,” I thought, “they think the world revolves around them, but ambition and deceit are written all over their faces.”
“Come on Susan!” my mother shouted at me, “we are going to take a photograph.” “Another lie, another curtain hiding the truth,” I thought. I kept on wondering whether the camera could catch the real essence of the moment. Some people say that one image is worth more than a thousand words, however, appearances can be deceptive. “Smile!” someone shouted. It was enough to make us grin from ear to ear. Nobody was pleased about being there, but the family photo must have been a very good one to add to their “collection of hypocrisy.” I have never seen it because I left home the following day thirty years ago.
Como ver el mundo a través de un agujero negro
Soy el ombligo de una adolescente de dieciocho años. No soy una de esas personas a las que les gusta fanfarronear acerca de sí mismos, pero debo decir que soy una de las partes más hermosas y especiales de nuestro cuerpo. Soy único. No soy como las piernas, los brazos, las manos, etcétera, etcétera, que siempre trabajan en grupo; yo soy independiente. Uno puede decir que la nariz es independiente también, pero siempre está fría, colorada y la suenan todo el tiempo, si eso es una vida, ¡mejor recurro al suicidio!
Nacimos al mismo tiempo. Bueno, en realidad, soy como una mariposa, tuve una vida previa. Solía ser una cosa, pero después me convertí en algo completamente diferente y mucho más hermoso. Al principio, era el cordón umbilical que nos unía a nuestra mamá, pero después me independicé completamente cuando el doctor me cortó (no es necesario decir que ese fue uno los momentos más traumáticos de mi vida).
Estoy justo en el centro de la panza. Tenemos una hermosa panza chata y una muy atractiva cintura; puedo decir que estoy realmente orgulloso de la parte del cuerpo en donde vivo. Nunca he escuchado ninguna queja sobre nosotros. Cuando éramos más jóvenes, solíamos usar remeras cortas y pantalones de cintura baja, especialmente en verano. De esa forma, podía disfrutar del mundo que tanto amaba. ¡Oh! Creo que me olvidé de decir que puedo ver el mundo porque soy diferente a todos los demás introvertidos ombligos. Nunca he sido tímido, entonces no pude entender porque tenía que estar oculto en un agujero negro. Aunque nuestros padres hicieron cosas inútiles -y a veces estúpidas- para meterme de nuevo adentro, como cubrirme con cinta adhesiva, yo no iba a rendirme.
Bueno, como iba diciendo, he pasado gran parte de mi vida bronceándome gracias a que usamos ropa diminuta. Pero después crecimos, llegamos a la adolescencia y decidimos que teníamos que ser más reservados. De todas maneras, se que aún soy especial para ella porque nunca se ha quejado de que yo soy diferente del resto; por el contrario, ella me ama. Sin embargo, mi vida no es maravillosa. Hay gente que al no estar satisfecha con nuestra belleza natural nos quiere hacer piercings. Nunca podré olvidar el verano pasado cuando fuimos al shopping con una amiga nuestra. De hecho, yo no quería ir. Estaba cansado porque habíamos estado sentados todo el día y –aunque somos flacos- un rollo me había estado aplastando y no podía respirar (casi lloro ese día). Pero cambié de idea porque pensé que íbamos a comprar algo lindo para mí, como una remera colorida y no esas aburridas camisetas que usamos en invierno.
Desafortunadamente, estaba equivocado y los dos vimos como el obligo de nuestra amiga era perforado. Pobre Bobby (ese era el nombre del ombligo de nuestra amiga), estábamos hablando en el camino y él parecía presentir lo que le iba a suceder. Lo peor es que yo pensé que yo sería el siguiente. Gracias a Dios, somos muy sensibles y nunca haríamos una cosa así. Esa tarde va a quedar gravada en mi memoria eternamente, pude haber muerto dos veces: una, aplastado por ese asqueroso rollo y, la otra, apuñalado sin piedad.
Otro problema de estar afuera es que uno se enfría fácilmente en invierno. Pero en estos días estoy tratando de reflexionar sobre la forma en que encaro mi vida. Me refiero a que ahora puedo ver que yo solía pasar la mayor parte de mi tiempo contemplando mi vida, pensando demasiado en mis problemas. Después de haber visto lo que le pasó a Bobby, me he dado cuenta de que hay ombligos en el mundo con problemas mucho más graves que los míos.
Para ser honesto, no puedo quejarme. Estoy en el centro del cuerpo, ni muy arriba, ni muy abajo. A pesar de ser diferente, no soy discriminado; por el contrario, soy amado y admirado por todos (vanidad es un tema aparte). No hay necesidad de decir que mis padres me aceptaron y que los cuatro vivimos felices juntos sin tener en cuenta lo que dicen los demás.
Nacimos al mismo tiempo. Bueno, en realidad, soy como una mariposa, tuve una vida previa. Solía ser una cosa, pero después me convertí en algo completamente diferente y mucho más hermoso. Al principio, era el cordón umbilical que nos unía a nuestra mamá, pero después me independicé completamente cuando el doctor me cortó (no es necesario decir que ese fue uno los momentos más traumáticos de mi vida).
Estoy justo en el centro de la panza. Tenemos una hermosa panza chata y una muy atractiva cintura; puedo decir que estoy realmente orgulloso de la parte del cuerpo en donde vivo. Nunca he escuchado ninguna queja sobre nosotros. Cuando éramos más jóvenes, solíamos usar remeras cortas y pantalones de cintura baja, especialmente en verano. De esa forma, podía disfrutar del mundo que tanto amaba. ¡Oh! Creo que me olvidé de decir que puedo ver el mundo porque soy diferente a todos los demás introvertidos ombligos. Nunca he sido tímido, entonces no pude entender porque tenía que estar oculto en un agujero negro. Aunque nuestros padres hicieron cosas inútiles -y a veces estúpidas- para meterme de nuevo adentro, como cubrirme con cinta adhesiva, yo no iba a rendirme.
Bueno, como iba diciendo, he pasado gran parte de mi vida bronceándome gracias a que usamos ropa diminuta. Pero después crecimos, llegamos a la adolescencia y decidimos que teníamos que ser más reservados. De todas maneras, se que aún soy especial para ella porque nunca se ha quejado de que yo soy diferente del resto; por el contrario, ella me ama. Sin embargo, mi vida no es maravillosa. Hay gente que al no estar satisfecha con nuestra belleza natural nos quiere hacer piercings. Nunca podré olvidar el verano pasado cuando fuimos al shopping con una amiga nuestra. De hecho, yo no quería ir. Estaba cansado porque habíamos estado sentados todo el día y –aunque somos flacos- un rollo me había estado aplastando y no podía respirar (casi lloro ese día). Pero cambié de idea porque pensé que íbamos a comprar algo lindo para mí, como una remera colorida y no esas aburridas camisetas que usamos en invierno.
Desafortunadamente, estaba equivocado y los dos vimos como el obligo de nuestra amiga era perforado. Pobre Bobby (ese era el nombre del ombligo de nuestra amiga), estábamos hablando en el camino y él parecía presentir lo que le iba a suceder. Lo peor es que yo pensé que yo sería el siguiente. Gracias a Dios, somos muy sensibles y nunca haríamos una cosa así. Esa tarde va a quedar gravada en mi memoria eternamente, pude haber muerto dos veces: una, aplastado por ese asqueroso rollo y, la otra, apuñalado sin piedad.
Otro problema de estar afuera es que uno se enfría fácilmente en invierno. Pero en estos días estoy tratando de reflexionar sobre la forma en que encaro mi vida. Me refiero a que ahora puedo ver que yo solía pasar la mayor parte de mi tiempo contemplando mi vida, pensando demasiado en mis problemas. Después de haber visto lo que le pasó a Bobby, me he dado cuenta de que hay ombligos en el mundo con problemas mucho más graves que los míos.
Para ser honesto, no puedo quejarme. Estoy en el centro del cuerpo, ni muy arriba, ni muy abajo. A pesar de ser diferente, no soy discriminado; por el contrario, soy amado y admirado por todos (vanidad es un tema aparte). No hay necesidad de decir que mis padres me aceptaron y que los cuatro vivimos felices juntos sin tener en cuenta lo que dicen los demás.
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Florencia Sánchez
"How to see life through a black hole"
I am the navel of an eighteen year-old girl. I am not one of those people who like to boast about themselves but I must say that I’m one of the most beautiful and special parts of our body. I am unique. I am not as the legs, the arms, the hands, etc, etc, who are working in pairs; I am independent. You may say that the nose is independent as well, but it is always cold, red and being blown, if that is a life I’d better commit suicide!
We were born at the same time. Well in fact, like a butterfly, I had a previous life. I used to be something but then, I changed into something completely different and much prettier. At the very beginning, I used to be the umbilical cordon that joined us to our mother but then I gained complete independence after the doctor cut me (needless to say, that was one of the most shocking experiences of my life).
I am right in the centre of the belly. We have a very beautiful flat belly and an appealing slim-waist; I can say that I’m really proud of the part of the body where I live. I have never heard any complaints about us. When we were much younger, we used to wear short t-shirts and low-hipped trousers, especially in summer. In that way, I could enjoy the world I so much loved. Oh! I think I forgot to tell you that I can see the whole world because I’m different from other introverted navels. I have never been shy, so I could not understand why I had to be hidden inside a dark hole. Although our parents did useless, -and sometimes stupid- things to get me back inside –such as cover me with scotch tape-, I was not going to give in.
Well, as I was telling you, I have spent a good part of my life sunbathing, wearing really scanty clothes. But then we grew up, reached our teens and decided that we should be more reserved. Anyhow, I know that I’m still special for her because she has never complained about my being different from the others; on the contrary, she loves me. However, do not think that life here is wonderful. Some people who are not satisfied with our inborn beauty want to pierce us. I will never forget last summer when we went shopping with a friend of ours. In fact, I did not want to go. I was tired because we had been sitting all day and –although we are thin- a roll had been squashing me and I could not breathe (I must admit that I almost cried that day). But I changed my mind because I thought we were going to buy something nice for me such as a colourful t-shirt and not those boring undershirts we are accustomed to wear in winter.
Unfortunately, I was wrong and we both saw how our friend’s navel was pierced. Poor Bobby (that was our friend’s navel’s name), we were talking on the way and he seemed to know what would happen to him. The worst thing was that I thought I was going to be next. Thank God, we are very sensitive and would never do such a thing. That day will be engraved in my memory forever, I could have died twice: once squashed by that disgusting roll and the other one stabbed mercilessly.
Another problem of being outside is that you get cold easily in winter. Nevertheless, nowadays I’m trying to reflect on my way to face life. I mean, now I can see that I used to spend most of the time contemplating myself, thinking too much about my own problems. But after seeing what happened to poor Bobby, I have realized that there are navels in the world with much more serious problems than mine.
To be honest, I cannot complain. I am in the middle of our body, neither too high nor too low. In spite of being different, I am not discriminated; on the contrary I am loved and admired by everyone (vanity is another issue). Needless to say, my parents also accepted me so that the four of us live happily together without taking into account what others may think of us.
We were born at the same time. Well in fact, like a butterfly, I had a previous life. I used to be something but then, I changed into something completely different and much prettier. At the very beginning, I used to be the umbilical cordon that joined us to our mother but then I gained complete independence after the doctor cut me (needless to say, that was one of the most shocking experiences of my life).
I am right in the centre of the belly. We have a very beautiful flat belly and an appealing slim-waist; I can say that I’m really proud of the part of the body where I live. I have never heard any complaints about us. When we were much younger, we used to wear short t-shirts and low-hipped trousers, especially in summer. In that way, I could enjoy the world I so much loved. Oh! I think I forgot to tell you that I can see the whole world because I’m different from other introverted navels. I have never been shy, so I could not understand why I had to be hidden inside a dark hole. Although our parents did useless, -and sometimes stupid- things to get me back inside –such as cover me with scotch tape-, I was not going to give in.
Well, as I was telling you, I have spent a good part of my life sunbathing, wearing really scanty clothes. But then we grew up, reached our teens and decided that we should be more reserved. Anyhow, I know that I’m still special for her because she has never complained about my being different from the others; on the contrary, she loves me. However, do not think that life here is wonderful. Some people who are not satisfied with our inborn beauty want to pierce us. I will never forget last summer when we went shopping with a friend of ours. In fact, I did not want to go. I was tired because we had been sitting all day and –although we are thin- a roll had been squashing me and I could not breathe (I must admit that I almost cried that day). But I changed my mind because I thought we were going to buy something nice for me such as a colourful t-shirt and not those boring undershirts we are accustomed to wear in winter.
Unfortunately, I was wrong and we both saw how our friend’s navel was pierced. Poor Bobby (that was our friend’s navel’s name), we were talking on the way and he seemed to know what would happen to him. The worst thing was that I thought I was going to be next. Thank God, we are very sensitive and would never do such a thing. That day will be engraved in my memory forever, I could have died twice: once squashed by that disgusting roll and the other one stabbed mercilessly.
Another problem of being outside is that you get cold easily in winter. Nevertheless, nowadays I’m trying to reflect on my way to face life. I mean, now I can see that I used to spend most of the time contemplating myself, thinking too much about my own problems. But after seeing what happened to poor Bobby, I have realized that there are navels in the world with much more serious problems than mine.
To be honest, I cannot complain. I am in the middle of our body, neither too high nor too low. In spite of being different, I am not discriminated; on the contrary I am loved and admired by everyone (vanity is another issue). Needless to say, my parents also accepted me so that the four of us live happily together without taking into account what others may think of us.
"Caperucita y el lobo"

Estando una mañana haciendo el bobo
le entró un hambre espantosa al Señor Lobo,
así que, para echarse algo a la muela,
se fue corriendo a casa de la Abuela.
¿Puedo pasar, Señora? , preguntó.
La pobre anciana, al verlo, se asustó
pensando: ¡Este me come de un bocado!
Y, claro, no se había equivocado:
se convirtió la Abuela en alimento
en menos tiempo del que aquí le cuento.
Lo malo es que era flaca y tan huesuda
que al Lobo no le fue de gran ayuda:
Sigo teniendo un hambre aterradora...
¡Tendré que merendarme otra señora!
Y, al no encontrar ninguna en la nevera,
gruñó con impaciencia aquella fiera:
¡Esperaré sentado hasta que vuelva
Caperucita Roja de la Selva!‑‑
que así llamaba al Bosque la alimaña,
creyéndose en Brasil y no en España‑.
Y porque no se viera su fiereza,
se disfrazó de abuela con presteza,
se dio laca en las uñas y en el pelo,
se puso la gran falda gris de vuelo,
zapatos, sombrerito, una chaqueta
y se sentó en espera de la nieta.
Llegó por fin Caperu a mediodía
y dijo: ¿Cómo estás, abuela mía?
Por cierto, ¡me impresionan tus orejas!
Para mejor oírte, que las viejas
somos un poco sordas .
¡Abuelita,qué ojos tan grandes tienes!
Claro, hijita,son las lentillas nuevas que me ha puesto
para que pueda verte Don Ernesto
el oculista , dijo el animal
mirándola con gesto angelical
mientras se le ocurría que la chica
iba a saberle mil veces más rica
que el rancho precedente. De repente
Caperucita dijo: ¡Qué imponente
abrigo de piel llevas este invierno!
El Lobo, estupefacto, dijo: ¡Un cuerno!
0 no sabes el cuento o tú me mientes:
¡Ahora te toca hablarme de mis dientes!'
¿Me estás tomando el pelo ... ? Oye, mocosa,
te comeré ahora mismo y a otra cosa .
Pero ella se sentó en un canapé
y se sacó un revólver del corsé,
con calma apuntó bien a la cabeza
y ‑¡pam!‑ alli cayó la buena pieza.
Al poco tiempo vi a Caperucita
cruzando por el Bosque... ¡Pobrecita!
¿Sabéis lo que llevaba la infeliz?
Pues nada menos que un sobrepelliz
que a mí me pareció de piel de un lobo
que estuvo una mañana haciendo el bobo.
le entró un hambre espantosa al Señor Lobo,
así que, para echarse algo a la muela,
se fue corriendo a casa de la Abuela.
¿Puedo pasar, Señora? , preguntó.
La pobre anciana, al verlo, se asustó
pensando: ¡Este me come de un bocado!
Y, claro, no se había equivocado:
se convirtió la Abuela en alimento
en menos tiempo del que aquí le cuento.
Lo malo es que era flaca y tan huesuda
que al Lobo no le fue de gran ayuda:
Sigo teniendo un hambre aterradora...
¡Tendré que merendarme otra señora!
Y, al no encontrar ninguna en la nevera,
gruñó con impaciencia aquella fiera:
¡Esperaré sentado hasta que vuelva
Caperucita Roja de la Selva!‑‑
que así llamaba al Bosque la alimaña,
creyéndose en Brasil y no en España‑.
Y porque no se viera su fiereza,
se disfrazó de abuela con presteza,
se dio laca en las uñas y en el pelo,
se puso la gran falda gris de vuelo,
zapatos, sombrerito, una chaqueta
y se sentó en espera de la nieta.
Llegó por fin Caperu a mediodía
y dijo: ¿Cómo estás, abuela mía?
Por cierto, ¡me impresionan tus orejas!
Para mejor oírte, que las viejas
somos un poco sordas .
¡Abuelita,qué ojos tan grandes tienes!
Claro, hijita,son las lentillas nuevas que me ha puesto
para que pueda verte Don Ernesto
el oculista , dijo el animal
mirándola con gesto angelical
mientras se le ocurría que la chica
iba a saberle mil veces más rica
que el rancho precedente. De repente
Caperucita dijo: ¡Qué imponente
abrigo de piel llevas este invierno!
El Lobo, estupefacto, dijo: ¡Un cuerno!
0 no sabes el cuento o tú me mientes:
¡Ahora te toca hablarme de mis dientes!'
¿Me estás tomando el pelo ... ? Oye, mocosa,
te comeré ahora mismo y a otra cosa .
Pero ella se sentó en un canapé
y se sacó un revólver del corsé,
con calma apuntó bien a la cabeza
y ‑¡pam!‑ alli cayó la buena pieza.
Al poco tiempo vi a Caperucita
cruzando por el Bosque... ¡Pobrecita!
¿Sabéis lo que llevaba la infeliz?
Pues nada menos que un sobrepelliz
que a mí me pareció de piel de un lobo
que estuvo una mañana haciendo el bobo.
Little Red Riding Hood and the Woolf
As soon as Wolf began to feel
That he would like a decent meal,
He went and knocked on Grandma's door.
When Grandma opened it, she saw
The sharp white teeth, the horrid grin,
And Wolfie said, ``May I come in?''
Poor Grandmamma was terrified,`
`He's going to eat me up!'' she cried.
And she was absolutely right.
He ate her up in one big bite.
But Grandmamma was small and tough,
And Wolfie wailed, ``That's not enough!
I haven't yet begun to feel
That I have had a decent meal!''
He ran around the kitchen yelping,
``I've got to have a second helping!''
Then added with a frightful leer,
``I'm therefore going to wait right here
Till Little Miss Red Riding Hood
Comes home from walking in the wood.''
He quickly put on Grandma's clothes,
(Of course he hadn't eaten those).
He dressed himself in coat and hat.
He put on shoes, and after that
He even brushed and curled his hair,
Then sat himself in Grandma's chair.
In came the little girl in red.
She stopped. She stared. And then she said,
``What great big ears you have, Grandma.''
``All the better to hear you with,'' the Wolf replied.
``What great big eyes you have, Grandma.''
said Little Red Riding Hood.
``All the better to see you with,'' the Wolf replied.
He sat there watching her and smiled.
He thought, I'm going to eat this child.
Compared with her old Grandmamma
She's going to taste like caviar.
Then Little Red Riding Hood said, ``But Grandma,
what a lovely great big furry coat you have on.''
``That's wrong!'' cried Wolf. ``Have you forgot
To tell me what BIG TEETH I've got?
Ah well, no matter what you say,
I'm going to eat you anyway.''
The small girl smiles. One eyelid flickers.
She whips a pistol from her knickers.
She aims it at the creature's head
And bang bang bang, she shoots him dead.
A few weeks later, in the wood,
I came across Miss Riding Hood.
But what a change! No cloak of red,
No silly hood upon her head.
She said, ``Hello, and do please note
My lovely furry wolfskin coat.''
That he would like a decent meal,
He went and knocked on Grandma's door.
When Grandma opened it, she saw
The sharp white teeth, the horrid grin,
And Wolfie said, ``May I come in?''
Poor Grandmamma was terrified,`
`He's going to eat me up!'' she cried.
And she was absolutely right.
He ate her up in one big bite.
But Grandmamma was small and tough,
And Wolfie wailed, ``That's not enough!
I haven't yet begun to feel
That I have had a decent meal!''
He ran around the kitchen yelping,
``I've got to have a second helping!''
Then added with a frightful leer,
``I'm therefore going to wait right here
Till Little Miss Red Riding Hood
Comes home from walking in the wood.''
He quickly put on Grandma's clothes,
(Of course he hadn't eaten those).
He dressed himself in coat and hat.
He put on shoes, and after that
He even brushed and curled his hair,
Then sat himself in Grandma's chair.
In came the little girl in red.
She stopped. She stared. And then she said,
``What great big ears you have, Grandma.''
``All the better to hear you with,'' the Wolf replied.
``What great big eyes you have, Grandma.''
said Little Red Riding Hood.
``All the better to see you with,'' the Wolf replied.
He sat there watching her and smiled.
He thought, I'm going to eat this child.
Compared with her old Grandmamma
She's going to taste like caviar.
Then Little Red Riding Hood said, ``But Grandma,
what a lovely great big furry coat you have on.''
``That's wrong!'' cried Wolf. ``Have you forgot
To tell me what BIG TEETH I've got?
Ah well, no matter what you say,
I'm going to eat you anyway.''
The small girl smiles. One eyelid flickers.
She whips a pistol from her knickers.
She aims it at the creature's head
And bang bang bang, she shoots him dead.
A few weeks later, in the wood,
I came across Miss Riding Hood.
But what a change! No cloak of red,
No silly hood upon her head.
She said, ``Hello, and do please note
My lovely furry wolfskin coat.''
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Roald Dahl "Revolting Rhymes"
Rapunzel, an updated version of the classic fairy tale

Once upon a time there was a little girl called Rapunzel whose blonde hair and rosy cheeks made her look adorable. However, she was no angel. Rapunzel loved dressing up in her mummy’s best clothes. Her mother, Lady Bubington, being a fashion designer, felt that her daughter was destroying her career.
When Rapunzel reached her teens, the situation got worse. In the end, Lady Bubington got fed up with it and took her daughter to the middle of the forest and shut her up in a tower which had neither stairs nor doors, only a small window at the very top.

Rapunzel spent most of the day alone. However, she rarely felt lonely. Via the Internet, she could reach any part of the world just with a click. She would spend hours chatting with her lots of friends.
One night, a Prince passed by the tower and heard Rapunzel’s voice:
“I don't need romance -I only wanna dance
I’m gonna let my hair hang down…”[1]
The Prince longed to see the singer, but he found no way to enter the place. He was about to leave when he saw a woman approaching, so he hid behind a bush. It was Lady Bubington. “Rapunzel, let your hair down, I’ve come to give you a good-night hug,” she
cried. Rapunzel undid her long plaits and allowed her to climb up. After a few minutes her mother was gone.
Once alone, the Prince shouted out the very same words and reached the top of the tower. When Rapunzel caught sight of the Prince, she started yelling: “Please, don’t hurt me, I will give you anything you want.” “I’m not a thief,” said he, “I’m Prince Simon. We chatted last month, do you remember me?” “Yes,” she lied. Taking her hand in his, he went on: “I love you honey, marry me!” “What?” Rapunzel shrieked, “You men believe you can turn our world upside down just because. I have a life of my own, blue-blooded boy.” Suddenly, a flying car parked next to the window. “Hi Osama,” she said batting her eyelashes.
She gave him a kiss and both of them drove away.
You may wonder what happened with them… Rapunzel left Osama because she couldn’t cope with his pyromaniac tendencies any longer. She changed her hairstyle, obtained a patent on her beautiful hair and made quite a fortune. From now on every time you come across a Barbie doll, you will be taking a look at Rapunzel’s shiny hair.
[1] “Man! I Feel Like A Woman!” written by Shanaia Twain
The Prince longed to see the singer, but he found no way to enter the place. He was about to leave when he saw a woman approaching, so he hid behind a bush. It was Lady Bubington. “Rapunzel, let your hair down, I’ve come to give you a good-night hug,” she
cried. Rapunzel undid her long plaits and allowed her to climb up. After a few minutes her mother was gone.Once alone, the Prince shouted out the very same words and reached the top of the tower. When Rapunzel caught sight of the Prince, she started yelling: “Please, don’t hurt me, I will give you anything you want.” “I’m not a thief,” said he, “I’m Prince Simon. We chatted last month, do you remember me?” “Yes,” she lied. Taking her hand in his, he went on: “I love you honey, marry me!” “What?” Rapunzel shrieked, “You men believe you can turn our world upside down just because. I have a life of my own, blue-blooded boy.” Suddenly, a flying car parked next to the window. “Hi Osama,” she said batting her eyelashes.
She gave him a kiss and both of them drove away.You may wonder what happened with them… Rapunzel left Osama because she couldn’t cope with his pyromaniac tendencies any longer. She changed her hairstyle, obtained a patent on her beautiful hair and made quite a fortune. From now on every time you come across a Barbie doll, you will be taking a look at Rapunzel’s shiny hair.
[1] “Man! I Feel Like A Woman!” written by Shanaia Twain
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Florencia Sánchez
Rapunzel, una versión moderna
Había una vez una pequeña niña llamada Rapunzel. Su rubio cabello y sus rosadas mejillas hacían de ella una niña adorable. Sin embargo, no era ningún ángel. Rapunzel amaba disfrazarse con las mejores prendas de su mamá. Su madre, Lady Bubington, siendo una diseñadora de moda, sentía que su hija simplemente le estaba arruinando su carrera.
Cuando Rapunzel se convirtió en una adolescente, la situación empeoró. Eventualmente, Lady Bubington no soportó más los caprichos de su hija y decidió llevarla hasta el corazón del bosque y encerrarla en una torre que no tenía ni escaleras ni puertas, sólo una pequeña ventana en la parte más alta. Rapunzel pasaba la mayor parte del día sin compañía. Pero rara vez se sentía sola. A través de Internet, ella podía alcanzar cualquier parte del mundo sólo con un clic. Pasaba horas chateando con sus amigos.
Una noche, un príncipe que pasaba cerca de la torre escuchó a Rapunzel cantar:
“I don't need romance -I only wanna danceI’m gonna let my hair hang down…”[1]
El príncipe quería conocer a la cantante, pero no podía descifrar como entrar. Estaba a punto de marcharse cuando vio que una mujer se acercaba a la torre, se escondió entonces tras un arbusto. Era Lady bubington, “Rapunzel, deja caer tu cabello, he venido a darte un abrazo de buenas noches”, ella gritó. Rapunzel dejó caer sus largas trenzas y su madre comenzó a ascender. Después de unos minutos, Lady Bubington se había ido.
Una vez solo, el príncipe pronunció las mismas palabras y así alcanzó la cima de la torre. Cuando Rapunzel vio al príncipe, empezó a gritar: “Por favor, no me lastimes, te daré lo que tu quieras.” “No soy un ladrón”, dijo él, “soy el príncipe Simón. Chateamos el mes pasado, ¿no me recuerdas?” “Sí”, ella dijo mintiendo. El príncipe tomó la mano de Rapunzel y le dijo: “Te amo amor mío, ¡cásate conmigo!” “¿Qué?” Rapunzel gritó, “Ustedes los hombres creen que pueden cambiar nuestro mundo radicalmente sólo porque así lo desean. ¡Yo tengo una vida, niño de sangre azul!” De repente, un auto volador estacionó cerca de la ventana. “Hola Osama”, dijo Rapunzel pestañeando rápidamente. Le dio un beso y los dos se marcharon.
Ustedes se podrán preguntar qué fue de ellos… Rapunzel dejó a Osama porque no pudo soportar sus tendencias piromaniacas. Cambió su peinado, patentó su hermoso cabello e hizo una fortuna. Desde ahora, cada vez que miren una muñeca Barbie, sabrán que estarán viendo el brillante cabello de Rapunzel.
[1] “Man! I Feel Like A Woman!” canción de Shanaia Twain
Cuando Rapunzel se convirtió en una adolescente, la situación empeoró. Eventualmente, Lady Bubington no soportó más los caprichos de su hija y decidió llevarla hasta el corazón del bosque y encerrarla en una torre que no tenía ni escaleras ni puertas, sólo una pequeña ventana en la parte más alta. Rapunzel pasaba la mayor parte del día sin compañía. Pero rara vez se sentía sola. A través de Internet, ella podía alcanzar cualquier parte del mundo sólo con un clic. Pasaba horas chateando con sus amigos.
Una noche, un príncipe que pasaba cerca de la torre escuchó a Rapunzel cantar:
“I don't need romance -I only wanna danceI’m gonna let my hair hang down…”[1]
El príncipe quería conocer a la cantante, pero no podía descifrar como entrar. Estaba a punto de marcharse cuando vio que una mujer se acercaba a la torre, se escondió entonces tras un arbusto. Era Lady bubington, “Rapunzel, deja caer tu cabello, he venido a darte un abrazo de buenas noches”, ella gritó. Rapunzel dejó caer sus largas trenzas y su madre comenzó a ascender. Después de unos minutos, Lady Bubington se había ido.
Una vez solo, el príncipe pronunció las mismas palabras y así alcanzó la cima de la torre. Cuando Rapunzel vio al príncipe, empezó a gritar: “Por favor, no me lastimes, te daré lo que tu quieras.” “No soy un ladrón”, dijo él, “soy el príncipe Simón. Chateamos el mes pasado, ¿no me recuerdas?” “Sí”, ella dijo mintiendo. El príncipe tomó la mano de Rapunzel y le dijo: “Te amo amor mío, ¡cásate conmigo!” “¿Qué?” Rapunzel gritó, “Ustedes los hombres creen que pueden cambiar nuestro mundo radicalmente sólo porque así lo desean. ¡Yo tengo una vida, niño de sangre azul!” De repente, un auto volador estacionó cerca de la ventana. “Hola Osama”, dijo Rapunzel pestañeando rápidamente. Le dio un beso y los dos se marcharon.
Ustedes se podrán preguntar qué fue de ellos… Rapunzel dejó a Osama porque no pudo soportar sus tendencias piromaniacas. Cambió su peinado, patentó su hermoso cabello e hizo una fortuna. Desde ahora, cada vez que miren una muñeca Barbie, sabrán que estarán viendo el brillante cabello de Rapunzel.
[1] “Man! I Feel Like A Woman!” canción de Shanaia Twain
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Florencia Sánchez
Coincidencias
Por una extraña coincidencia ella había decidido quedarse en mi departamento la noche que me fui. El que se haya matado con mi propia arma y que un manojo de ropas haya sido encontrado en mi armario fueron coincidencias también. Eso fue lo que le dije al juez. “Demasiadas coincidencias, ¿no cree?” fue lo que me contestó. No hubo ni una mínima duda en el veredicto final. No hay necesidad alguna de decir la sentencia que me dieron. Es mejor resignarse a saber que voy a estar acá lo suficiente como para no reconocer mi propia cara frente al espejo.
Ella debió haber sabido que iba a volver más tarde ese día. Ella lo sabía todo: el momento que me iba y el momento en que llegaba. Cuando llegué al departamento la encontré en un charco de sangre. Todo parecía haberse hecho recientemente. Estaba sosteniendo el arma con la mano derecha y yo no tuve mejor idea que levantarla. No sabía qué hacer. No había nada que hacer, era solo cuestión de minutos antes de que la policía llegara. Pusieron un arma en mi cabeza y me ordenaron que me tire al suelo. Podía sentir mis manos en las esposas temblando. Unas semanas después, me dijeron que habían encontrado su diario, donde decía que yo era el culpable de su muerte. Después su ropa ensangrentada fue hallada en mi placard. Ningún vecino pudo decir que yo no estaba en el departamento en el momento de su muerte, y que no lo había estado en las últimas diez horas.
Hasta ahora, no he podido encontrar una explicación convincente de porque lo hizo y probablemente nunca lo haré. Sin embargo, los hechos son los hechos Y mientras ella está en el cielo o en alguna otra parte, yo estoy aquí, en este oscuro agujero, por algo que no he hecho. Después de todo, solo había matado a su amante ese día. Nunca le hubiera hecho daño. Por lo menos, no estaba primera en la lista.
Ella debió haber sabido que iba a volver más tarde ese día. Ella lo sabía todo: el momento que me iba y el momento en que llegaba. Cuando llegué al departamento la encontré en un charco de sangre. Todo parecía haberse hecho recientemente. Estaba sosteniendo el arma con la mano derecha y yo no tuve mejor idea que levantarla. No sabía qué hacer. No había nada que hacer, era solo cuestión de minutos antes de que la policía llegara. Pusieron un arma en mi cabeza y me ordenaron que me tire al suelo. Podía sentir mis manos en las esposas temblando. Unas semanas después, me dijeron que habían encontrado su diario, donde decía que yo era el culpable de su muerte. Después su ropa ensangrentada fue hallada en mi placard. Ningún vecino pudo decir que yo no estaba en el departamento en el momento de su muerte, y que no lo había estado en las últimas diez horas.
Hasta ahora, no he podido encontrar una explicación convincente de porque lo hizo y probablemente nunca lo haré. Sin embargo, los hechos son los hechos Y mientras ella está en el cielo o en alguna otra parte, yo estoy aquí, en este oscuro agujero, por algo que no he hecho. Después de todo, solo había matado a su amante ese día. Nunca le hubiera hecho daño. Por lo menos, no estaba primera en la lista.
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Florencia Sánchez
A matter of coincidences
By a strange coincidence she had decided to stay in my apartment the night I left. The fact that she had killed herself with my own gun and that a heap of clothes wet with blood was found in my wardrobe were coincidences as well. That was what I told the trial judge. “Too many coincidences, don’t you think?” was what they answered me back. There was not even a brief hesitation in the jury’s final verdict. There’s no need to say the sentences I was given. It’s better to resign myself to the fact that I will be here long enough as not to recognize my own face in front of the mirror.
She must have known that I was going to arrive late that day. She knew everything: the time I was leaving and the time I was coming. When I arrived I just found her in a pool of blood. Everything appeared to have been done recently. She was holding a gun in her right hand and I had no better idea than pick it up. I didn’t know what to do. There was nothing to do, it was just a matter of minutes before the police arrived. They put a gun to my head and ordered me to lie on the floor. I could feel my hands in the handcuffs shaking. I was lying in front of her and at that precise moment I noticed her look. Although she was dead, I could have sworn that in that instant she was blaming me for something. Some weeks later, I was told that she had apparently left a diary saying that I was to blame for her death. Then the heap of clothes wet in blood was found in my wardrobe. No neighbour could say that I was not inside the apartment, and that I had not been there for the last ten hours.
For the moment, I have not found a convincing explanation of the way she behaved and most probably O would never find one. However, facts are facts. While she is in heaven or anywhere else, I am here in this dark deep hole for something I have not done. After all, I had only killed her lover that day. I would never have killed her, At least, she was not one on top of the list.
She must have known that I was going to arrive late that day. She knew everything: the time I was leaving and the time I was coming. When I arrived I just found her in a pool of blood. Everything appeared to have been done recently. She was holding a gun in her right hand and I had no better idea than pick it up. I didn’t know what to do. There was nothing to do, it was just a matter of minutes before the police arrived. They put a gun to my head and ordered me to lie on the floor. I could feel my hands in the handcuffs shaking. I was lying in front of her and at that precise moment I noticed her look. Although she was dead, I could have sworn that in that instant she was blaming me for something. Some weeks later, I was told that she had apparently left a diary saying that I was to blame for her death. Then the heap of clothes wet in blood was found in my wardrobe. No neighbour could say that I was not inside the apartment, and that I had not been there for the last ten hours.
For the moment, I have not found a convincing explanation of the way she behaved and most probably O would never find one. However, facts are facts. While she is in heaven or anywhere else, I am here in this dark deep hole for something I have not done. After all, I had only killed her lover that day. I would never have killed her, At least, she was not one on top of the list.
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